15 Oct VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.
Isaías, 25, 6-10a.
Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo -lo ha dicho el Señor-.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación, porque reposará sobre este monte la mano del Señor».
Palabra de Dios.
Salmo 22.
HABITARÉ EN LA CASA DEL SEÑOR
POR AÑOS SIN TÉRMINO.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
Filipenses 4, 12-14. 19-20.
Hermanos:
Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mis tribulaciones.
En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
San Mateo 22, 1-14.
En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
«El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados:
“Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras; otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:
“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?
El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».
Palabra del Señor.
¡VENID A LA FIESTA!
Mateo funde dos parábolas en una: la de los invitados al banquete nupcial y la del que se presenta sin vestido de boda. La primera sobre la anécdota histórica del publicano Bar Majan, quien, próximo a la muerte y queriendo limpiar su imagen de pecador público, organizó un banquete e invitó a los notables de Jerusalén. Nadie acudió porque era un colaboracionista romano y traidor a la causa judía. Entonces Bar Majan invitó a pobres y mendigos.
Los invitados de la parábola son igualmente los principales de la ciudad. Unen a su rango social la veneración por la Ley. Pero sus negocios e intereses excusan toda invitación al Reino. Y, lo que es peor, maltratan a los mensajeros. Ciertamente “estos invitados no se lo merecían”.
Sin embargo, la fiesta sigue abierta. Los invitados son otros: “Id a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda”. La sala se llena de comensales, “malos y buenos”, también publicanos, prostitutas y pecadores, para dejar claro que nadie es llamado por sus méritos, sino por el amor gratuito de Dios.
Nosotros somos Iglesia festiva, gozosa e ilusionada. La imagen del banquete es para cuantos valoran dar, servir, compartir con alegría. Decía el viejo cura de Bernanos al joven angustiado: “Si vas con esa cara de tristeza, nadie podrá creer que eres mensajero de Dios que nos prepara un gran banquete, una inmensa fiesta”.
El segundo tema alude al que entró sin traje de fiesta. Para unos es el bautismo y para otros el compromiso cristiano diario, que introduce a los creyentes en una sana y creadora tensión a la hora de construir el Reino aquí y ahora.