15 Sep Veinticuatro del Tiempo Ordinario
Isaías 50, 5-10a.
El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?
Salmo 114.
CAMINARÉ EN PRESENCIA DEL SEÑOR,
EN EL PAÍS DE LOS VIVOS.
Amo al Señor,
porque escucha mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.
Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida».
El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó.
Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor,
en el país de los vivos.
Santiago 2, 14-18.
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?
Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz, abrigaos y saciaos», y no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?
Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
Pero alguno dirá: «Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré mi fe».
Marcos 8, 27-35.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías».
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?»
¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO?
Hay quien cree que Jesús solo interesa a la Iglesia. Pero el Maestro de Nazaret lanzó una pregunta provocadora y desafiante hace veinte siglos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Y santos, pensadores, poetas, científicos, músicos, cineastas, creyentes y no creyentes, han contestado de maneras diferentes y sugestivas.
Texto clave en el Evangelio de San Marcos. El escenario pagano (Cesarea de Filipo) indica que el diálogo que sigue afecta a las personas de todos los tiempos y lugares. Jesús se interesa primero por lo que piensa la gente. Y la gente lo enmarca en la más pura tradición profética, (“Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas”), sin ninguna referencia política. Estamos ante un Mesías muy alejado de la expectativa triunfalista judía.
Pero la segunda pregunta va directa al corazón de los cristianos y de las comunidades: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Quienes lo hemos seguido y escuchado desde hace tiempo, los que andamos metidos en tareas evangelizadoras, ¿qué pensamos de Jesús? ¿qué testimonio damos de Él personal y colectivamente?
Frente a la tentación del poder, que siempre amenaza a la Iglesia, Jesús presenta un rostro desfigurado por su compromiso con el Reino de Dios. Y es rechazado hasta por los suyos. El Señor tiene que decirle a Pedro: ven detrás de mí; recupera tu puesto de discípulo y no seas un obstáculo en mi camino. A Pedro, como a nosotros, no nos agrada el alto precio que hay que pagar por ser discípulo de Jesús. En el seguimiento del Señor, no basta creer; hay que comprometerse con su misión, que es la nuestra.
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