05 May Una laica redentorista
Conchita es un fruto de la Iglesia y, sin la iglesia, sería imposible hablar de la ella. Hoy, su recuerdo sirve para manifestar la vitalidad eclesial.
Por otra parte, el acompañamiento espiritual de confesores redentoristas, principalmente del P. Tomás Vega, formados en la benignidad pastoral de San Alfonso, permite descubrir en Conchita un fruto maduro de las intuiciones espirituales, morales, pastorales y misioneras del Santo Doctor de la Iglesia. Así pues, me atrevo a decir que el proceso vital y cristiano de Conchita es resultado, altamente satisfactorio, de la propuesta moral y espiritual redentorista. Pero, además, ella vivió su fe en el Santuario granadino de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro, cantó en su coro, perteneció a la Archicofradía de la Virgen y a su súplica perpetua, asistía a los Jueves Eucarísticos y participó en algunas de las Misiones Populares que se realizaron en parroquias de Granada.
En el proceso Canonización de Conchita se dice que su espiritualidad se puede sintetizar con estas tres palabras: amar, sufrir y rezar. En las tres descubrimos la influencia alfonsiana y redentorista de sus directores espirituales.
Sobre el amor, tenemos la importante referencia del maravilloso libro de San Alfonso, titulado “Práctica del amor a Jesucristo”.
Acerca del sufrimiento, como forma de participar en la Cruz del Redentor, tenemos los numerosos escritos y meditaciones de este Santo y Doctor de la Iglesia sobre la Pasión de Jesucristo.
Con respecto a la oración, hay que referirse a otros dos libros de San Alfonso: “El gran medio de la oración” y ”El trato familiar con Dios”. Todos estos libros nos consta que estaban en la biblioteca de Conchita.
Sobre la espiritualidad de Conchita, también se dice que está centrada en la Cruz y en la Eucaristía. Tal vez, con respecto a la Eucaristía, convenga recordar el maravilloso libro de San Alfonso sobre las Visitas al Santísimo. Algo que, además, fue una práctica cotidiana en la vida de Conchita.
Conchita murió el 13 de mayo de 1927. No buscó, ni vivió cosas llamativas. Simplemente fue cristiana en su vida diaria. Con su fe, respondió a las dificultades cotidianas y a los desafíos que se le presentaban. Quienes la conocieron y la descubren, saben estimarla y aprecian la evidente madurez y firmeza de su fe. Sus pocas palabras y su modo de afrontar la vida fueron, y siguen siendo, un estímulo para muchos. Y desde el próximo 6 de mayo, su santidad “de la puerta del al lado” (cf Gaudete et exultate, 6-9) está no solo respaldada por la devoción y cariño del pueblo cristiano, sino también por la ratificación de la Santa Iglesia.
F. Tejerizo, CSsR