03 Nov Treinta y uno del Tiempo Ordinario
Deuteronomio 6, 2-6.
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Teme al Señor, tu Dios, tú, tus hijos y nietos, y observa todos sus mandatos y preceptos que yo te mando, todos los días de tu vida, a fin de que se prolonguen tus días. Escucha, pues, Israel, y esmérate en practicarlos, a fin de que te vaya bien y te multipliques, como te prometió el Señor, Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel.
Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón.
Salmo 17.
YO TE AMO, SEÑOR; TÚ ERES MI FORTALEZA;
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador:
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu ungido.
Hebreos 7, 23-28.
Hermanos:
Ha habido multitud de sacerdotes en la anterior Alianza,, porque la muerte les impedía permanecer; en cambio, Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
En efecto, la Ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la Ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.
Marcos 12, 18b-34.
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que éstos».
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
LO QUE IMPORTA ES AMAR
Jesús y los suyos han finalizado el viaje a Jerusalén. La Ciudad Santa será su meta, su agonía y su sepulcro; también su gloria. Y apenas pisan la explanada del templo, surge la polémica, el escándalo y la agresividad.
Hoy como ayer, la tentación del gobernante, tanto civil como religioso, es cargar el ambiente de obligaciones y prohibiciones. Así se controla mucho mejor al personal. Algo similar ocurría en tiempos de Jesús. El judío piadoso debía estar atento todas las horas del día para cumplir 613 preceptos: 248 prohibiciones y 365 mandatos. No es extraño que este bosque de imposiciones impida ver con claridad lo realmente importante.
La respuesta de Jesús va al hondón del corazón, a las actitudes de la persona. Recoge dos textos del Pentateuco, (Deuteronomio 6,4-5 y Levítico 19,18), para destacar, muy por encima de la Ley, el amor a Dios y el amor al prójimo. El amor a Dios es la fuente que me posibilita amar al prójimo y sólo en el amor al prójimo puedo probar que amo a Dios. Los dos inseparables, muy hermanados. Como dice la Primera Carta de San Juan: “El que diga que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso”. Charles Peguy lo expresa admirablemente en positivo: “El amor de los hombres a Dios y el amor de los hombres entre si son los dos hijos gemelos del amor de Dios a los hombres”.
El judío nunca entenderá que Jesús equipare el amor a Dios con el amor al prójimo. Este giro evangélico parece cuestionar el absoluto de Dios para dejar a salvo el absoluto del hombre, por el que el mismo Dios se pronuncia al dar la vida por nosotros. ¿Nos quedan aún dudas para hacer del Evangelio Buena Noticia, mensaje liberador para todos?