27 Oct Treinta del Tiempo Ordinario
Jeremías 31, 7-9.
Esto dice el Señor:
«Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: “¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel!”.
Los traeré del país del norte, los reuniré de los confines de la tierra. Entre ellos habrá ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas: volverá una enorme multitud.
Vendrán todos llorando y yo los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por camino llano, sin tropiezos. Seré un Padre para Israel, Efraím será mi primogénito».
Salmo 125.
EL SEÑOR HA ESTADO GRANDE CON NOSOTROS,
Y ESTAMOS ALEGRES.
Cuando el Señor hizo volver
a los cautivos de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
Recoge, Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.
Hebreos 5, 1-6.
Hermanos:
Todo sumo sacerdote, escogido de entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.
Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a debilidad. A causa de ella, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo.
Nadie puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”, o, como dice otro pasaje de la Escritura: “Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec».
Marcos 10, 46-52.
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más:
«Hijo de David, ten compasión de mí».
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo».
Llamaron al ciego, diciéndole:
«Ánimo, levántate, que te llama».
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?»
El ciego le contestó:
«”Rabbuní”, que recobre la vista».
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado».
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Recobró la vista Y LO SEGUÍA POR EL CAMINO
Jericó es la ciudad más baja del mundo, a 300 metros bajo el nivel del Mediterráneo. Alejada de Jerusalén por 37 kilómetros de empinada cuesta, es llamada “la ciudad de las palmeras” y estaba asentada sobre un oasis de preciosos jardines y mansiones de descanso.
Desde esta ciudad milenaria Marcos describe la última etapa del viaje de Jesús a Jerusalén. A la salida y al borde del camino, Jesús encuentra al ciego Bartimeo, viva estampa de la miseria y el desamparo, agravada por su condición de mendigo.
Pero el episodio de Bartimeo (=el “honrado”) es una severa crítica a los discípulos de ayer y de hoy y una catequesis visual que nos urge a la sanación de nuestras cegueras. Los discípulos de todos los tiempos solemos mirar para otro lado cuando el Maestro de Nazaret nos habla de dar la vida, de compartir, de hacernos los últimos, de arrancarnos los ojos para entrar en el Reino, de ser fieles en el matrimonio, de actuar como servidores de todos.
La descripción del ciego es magistral: postrado, incapaz de dar un paso, en la cuneta sin trayectoria en la vida, y, para colmo, mendigo, dependiente de los demás. Pero dentro de este hombre queda aún un rescoldo de fe capaz de levantarlo e iniciar un nuevo caminar. Siente que Jesús se acerca y ora a gritos su ayuda.
“¿Qué quieres que haga por ti?”, dice Jesús. Mientras los hijos del Zebedeo reclaman los primeros escaños, Bartimeo, arroja el manto pesado de su anterior vida, recobra la visión de la fe y sigue a Jesús. Bartimeo se convierte en el modelo de discípulo. Sólo se conoce a Jesús siguiéndole. Cuando el discípulo aprende a sentir y a mirar, Dios aparece por todas partes.
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