01 May TERCER DOMINGO DE PASCUA
Hechos 5, 7b-32. 40b-41.
En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.
Palabra de Dios.
Salmo 29.
TE ENSALZARÉ, SEÑOR, PORQUE ME HAS LIBRADO.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
Celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante,
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
Apocalipsis 5, 11-14.
Yo, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza».
Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar –todo cuanto hay en ellos-, que decían:
«Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».
Y los cuatro vivientes respondían: «Amén».
Y los ancianos se postraron y adoraron.
Palabra de Dios.
San Juan 21, 1-19.
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar».
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron: «No».
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaba de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
LA EVANGELIZACIÓN, MISIÓN DE TODA LA COMUNIDAD.
El evangelio de hoy es una parábola pascual de la Iglesia en misión. Estamos de nuevo en Galilea y en el lago de Tiberíades. Siete discípulos, con Pedro a la cabeza, se van a pescar. El “7” significa totalidad, es decir, la Iglesia y su misión evangelizadora, que concierne a toda la comunidad.
Tras una noche sin éxito, alguien, desde la playa, les indica que arrojen la red a la derecha de la barca. Lo hacen y no tienen fuerzas para sacarla por la abundancia de peces. La Palabra del Señor ha orientado la Evangelización para que dé fruto notable. El asombro se apodera de los siete y el discípulo amado reconoce a Jesús en el hombre de la playa: «Es el Señor». Pedro, impetuoso, se tira al agua y todos se reúnen felices con Jesús en una comida fraterna con sabor a Eucaristía. Después vendrá la triple declaración de lealtad de Pedro, y Jesús le confía el cuidado pastoral de la Iglesia.
En la correcta acogida de la resurrección de Jesús se juega el éxito de la misión cristiana. Él nos saca de nuestras oscuridades, nos hace sensibles a los problemas de los hermanos, nos descubre valores que antes no percibíamos, nos invita a servir, y nos da fuerzas para continuar animosos a pesar de las dificultades.
Nuestras Eucaristías pueden parecerse a aquel encuentro de Jesús con sus discípulos. Para encontrar aliento en la labor misionera, estos momentos de la comunidad con el Señor son imprescindibles. Él nos reparte su alimento: el Pan y la Palabra. Fortalecemos así nuestra amistad y nos vamos alegres a continuar la acción pascual del Evangelio en medio de nuestros quehaceres diarios.