01 Jun Solemnidad del Corpus Christi
Salmo
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.» R/.
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla
a tus enemigos. R/.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.» R/.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.» R.
Segunda lectura
Evangelio
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Palabra del Señor
Un Dios con Cuerpo y con Sangre
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El nuestro es un Dios fuera de lo común. Sí, cierto que, como decíamos la semana pasada Dios nos desborda, nos sobrepasa… no alcanzamos a conocerlo del todo. Pero por ello no se convierte en el Dios imposible o inaccesible. Ninguno de más fácil acceso y “apropiación” que el nuestro, que es un Dios con Cuerpo –¡y vaya Cuerpo!- y con sangre. Dios tiene un “cuerpazo”, pero no de curvas sinuosas ni de otros encantos humanos… el “cuerpazo” de Dios se nos impone por su terrible sencillez y fragilidad en un poco de pan sin fermentar. El Dios que se deja comer, que entra en nuestro interior y que allí se queda a habitar como si fuésemos sus custodios vivos, eso es lo que hoy celebramos.
1. San Pablo dice hoy a los Corintios: “Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido…”. La Eucaristía es una tradición recibida, un don a conservar para las generaciones venideras –no es algo que nosotros poseamos, no es nuestro- sino que es lugar de especial presencia de Dios que hemos de cuidar y mantener. El no ser dueños -sino siervos- de este enorme Don que es Dios mismo hecho alimento, nos obliga a cuidarlo, a hacer que llegue a todos y que nadie se sienta excluido de la mesa común de hermanos –la Iglesia- en la que se celebra. Es una tradición con vocación universal, el Cuerpo de Cristo se entrega “por vosotros” y “por todos”. Es una tradición con sentido reconciliador, su sangre se derrama “para el perdón de los pecados”, su sangre no clama ni venganza ni violencia, al contrario. Este es el sentido que la Iglesia ha de procurar conservar siempre: la Eucaristía como tradición viva, universal y reconciliadora; que recibe y que transmite a todos sin distinción.
2. Situación difícil la que plantea San Lucas en su evangelio. Un tumulto de gente hambrienta. Los discípulos presionan a Jesús para que haga lo más fácil: despídelos, que cada cual se busque la vida… Jesús no cede. Les hemos dado la Palabra y ¿no les vamos a dar el alimento? Les invita desafiantes: “Dadles vosotros de comer”. Ellos continúan muy lógicamente apegados a la tierra y a su razonamiento… pero, “no tenemos más que cinco panes y dos peces…”. Es a la vez tentación y excusa. Creer que no podemos hacer nada, o muy poco, y por ello nos rendimos fácilmente, a la primera dificultad. Jesús les anima a confiar y a actuar: ¡organizaos! Que se repartan en grupos. Y luego, invocando a Dios, reparte lo que tenían… y no les faltó de nada. Si importante fue invocar a Dios, no menos fue el poner en común aquello que ya poseían y que no valoraban ni creían suficiente. No usemos cálculos humanos, no digamos tan fácil “no puedo”. Tú, hermano, comienza tu tarea que ya sabe Dios que puedes poco y eres limitado; pero él sabe lo que se hace.
3. La Eucaristía es también un Sacrificio. Tratemos de reconciliarnos con esta palabra que nos suena tan oscura: sacrificio es, literalmente, una “acción sagrada”. Lo que hacían los sacerdotes de la época de Jesús eran sacrificios animales, ofrendas a Dios. Él es sacerdote en un modo nuevo: no ofrece animales ni cosas sino su propia vida, no inmola sino su propio Cuerpo, no derrama sino su propia Sangre. Una entrega de la vida sin odio ni ira, sin buscar recompensa ni aplauso, en silencio. Una entrega que estamos llamados a recordar y “reencarnar”. Nuestra vida también ha de ser Eucaristía en este sentido redentor. [/box]
Víctor Chacón Huertas, CSsR