En cierta ocasión un hombre joven llegó a un campo de leñadores, ubicado en la montaña, con el objeto de obtener trabajo. Durante su primer día de labores trabajó arduamente y como resultado, taló muchos árboles. El segundo día trabajó tanto como el primero, pero su producción fue escasamente la mitad del primer día. Durante el tercer día se propuso mejorar su producción. Golpeó con furia el hacha contra los árboles, pero sus resultados fueron nulos.
El capataz, al ver los resultados del joven leñador, le preguntó:
“¿Cuándo fue la última vez que afilaste tu hacha?”.
El joven respondió:
“Realmente no he tenido tiempo de hacerlo, he estado demasiado ocupado cortando árboles”.
Conversa con Dios con toda confianza, sin necesidad de escoger las palabras. Por muy bonitas consideraciones que busques para dirigirte a Él, infinitamente más bellas son las que Él tiene.
“Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has mostrado a los pequeños” (Lc 10, 21)
Él te elevará hasta su rostro, como a un niño pequeño, para llenarte de besos.
“Fui para ellos como quien alza a un niño hasta sus mejillas y se inclina hasta él para darle de comer” (Os 11,4).
como con un amigo íntimo. Déjate encontrar por Él, te conducirá a ese espacio de tu alma donde oirás su voz y tú tendrás la confianza suficiente para responderle.
“Y las ovejas escuchan su voz y a sus ovejas las llama una por una”(Jn 10, 3).
de cosas, de preocupaciones, de ti mismo. Ofrécele tu pobreza, tu egoísmo, tu tiempo, tu rutina y, sobre todo, tus deseos. Él llenará el vacío que vaya quedando en tu corazón.
“Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto”
(Mt 6, 6).
Al principio abundan las palabras de amor, confianza y entrega, hasta que desaparecen en el silencio. El sentimiento de la presencia de Dios es quien llena ese silencio.
“Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van ser escuchados”
(Mt 6, 7).
sin desfallecer. Dios no busca personas que profundicen en consideraciones intelectuales, sino hombres y mujeres que no se cansen de orar. A los que oran mucho les concede el don de la oración pura. La “cantidad” depende de nosotros, la “calidad” del Padre de las luces.
“Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer”
(Lc 18, 1).
Si te acercas a Él con fe y humildad te admitirá entre sus seguidores, los pobres, que todo lo separan de Dios y nada de sí mismos. Déjate que te mire y te ame, no te escondas a su mirada y consiente en dejarte abrazar por Él.
“La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!”
(Gal 4, 6).
El termómetro que mide la autenticidad de tu oración es la caridad con el prójimo. La oración te ayudará a descubrir lo que hay dentro de su rostro, detrás de su cara: sus sufrimientos y alegrías, sus ansiedades y proyectos. La oración te llevará a descubrir al hermano y unirte a él.
“La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación” (St 1, 27).
al corazón
Estudiamos métodos de oración, muchos avalados por la santidad de quienes los practicaron, buscamos un buen libro de oración. El centro de la oración, la fuente de donde brota la más fresca y cristalina es nuestro corazón.
“Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí,. Como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de aguas viva” (Jn 7, 37)
Dios está en el corazón, ahí vive y ahí actúa, ahí quiere comunicarse. El hombre está fuera de sí, en las cosas. Vive distraído y exiliado. En la oración los `protagonistas inician un movimiento de aproximación, hasta que se encuentran en un profundo silencio de amor.
“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”
(Jn 14, 23).
La oración es un camino. Orar es una gran aventura y un gran misterio que todo cristiano debería vivir con intensidad. Orar es acercarse a Dios para entablar un diálogo amoroso. Orar es amar, reír, llorar, soñar, pero también es comprometerme, responsabilizarse, confiar, esperar…
Orar no es pasar un rato tranquilo en que pienso en mis cosas, en mis problemas, en la gente que quiero. Tampoco es una receta contra la “depre”, ni una “pastilla” que me permita dormir tranquilo. Orar no es pedirle a Dios que me dé lo que me toca de la “herencia”, por ser su hijo; no es jugar con Dios a través del ” si me apruebas los exámenes, te pongo dos velas”; Orar no consiste en buscarme justificaciones a las cosas que hago bien o mal; orar no es culpabilizarme de todo lo que pasa a mi alrededor.
Orar es querer encontrarse con Dios, es vivir por los demás; orar es huir de los falsos sueños pero vivir por la utopía del Reino de Dios; orar es desear buscar dentro para sacar fuera y compartir con los demás; orar es inves–tigar en lo profundo de mi personalidad; orar es entregarse.
La oración es un don y una gracia que nos concede Dios y que hay que pedir insistentemente. Por ello es tan importante la disposición interna y externa. Debemos disponer toda nuestra persona para este encuentro con Dios a través de la oración. Para ello es necesario hacer como si todo dependiera de mi, pero al mismo tiempo sabiendo que todo viene de Dios.
Os animo a que poco a poco os vayáis sumergiendo en esta estupenda aventura que supone la oración. Y os aseguro que no os arrepentiréis de haberla comenzado.
No hay caminos para la oración, la oración es el camino.