31 Ene Presentación del Señor
PRIMERA LECTURA
LECTURA DE LA PROFECÍA DE MALAQUÍAS 3,1-4
Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.»
Palabra de Dios
SALMO RESPONSORIAL
SALMO 23
R.- EL SEÑOR, DIOS DE LOS EJÉRCITOS, ES EL REY DE LA GLORIA.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.
-¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.
-¿Quién es ese Rey de la gloria?
-El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R.
SEGUNDA LECTURA
LECTURA DE LA CARTA A LOS HEBREOS 2,14-18
Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaba la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.
Palabra de Dios
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
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«Puedes dejar a tu siervo irse en paz»
María y José cumplían un rito judío de presentar al Señor (Yahvé) a su primogénito varón, a Jesús. Y la sorpresa que se llevaron fue mayúscula. Las palabras y gestos, las personas que allí encontraron daban fe de estar ante el enviado de Dios, ante aquel que traía la esperanza y salvación del pueblo, su hijo, y el Hijo de Dios. En esta fiesta de la Presentación del Señor se recuerda cada año la vida consagrada, aquellos que tratan de cumplir la misma función que el Anciano Simeón o la profetisa Ana, reconocer al redentor y presentarlo al mundo, encontrarse con él y saber que el resto de las cosas valen poco o nada a su lado, que merece la pena entregar la vida sirviéndole a él.
– “Mirad, yo envío a mi mensajero para que prepare el camino ante mí”. El profeta Malaquías nos invita a ser cristianos proféticos que allanen sendas para el Señor, que preparen el terreno para que creer en él sea más fácil. Mensajeros, instrumentos suyos, que con su palabra y –sobre todo- con su vida den testimonio de que hay algo más grande, más fuerte y más santo en este mundo que esa nube de consumo y egoísmo que nos abruma. En realidad somos mensajeros a imagen del Mensajero que presagia Malaquías como el grande y terrible enviado de Dios “como lejía y fuego de fundidor”, el propio Jesús. Su luz es tan potente que no deja lugar a dudas ni a tibiezas, nos pide definirnos, situarnos del lado del bien o del mal.
– “Tenía que parecerse en todo a sus hermanos para ser sumo sacerdote compasivo y fiel”. Hebreos nos sigue presentando el particular sacerdocio de Cristo tan “manchado” e implicado en nuestra condición humana. Nada nuestro le es ajeno, nos conoce, y por eso es capaz de una mayor compasión. De igual modo somos invitados a vivir esta realidad: cristianos compasivos que transmitan el consuelo de Dios. Como lo hace la vida consagrada en tantos lugares recónditos donde nadie más va ni desea implicarse. Sin miedo a mancharse, sin asco, sin temores absurdos a todo lo que es humano.
– Lucas articula la escena de la Presentación en el templo desde el encuentro con dos personas: Simeón y Ana. Al final lo menos importante es el propio rito que se cumple, mientras que destacan las palabras y gestos de estos dos personajes. Simeón “hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él”, así nos lo define Lucas. Un hombre de Dios que se dejaba guiar, impulsar por su Espíritu en su vida. Su anhelo se ve colmado, y el encuentro con Jesús es tan gozoso que pide a Dios irse en paz de este mundo, después de haber visto a su salvador. Ana, “era una mujer muy anciana, que no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones”. Los dos ancianos, los dos débiles, los dos sabios. Quizás el Espíritu guía mejor cuando flaquean las fuerzas humanas, cuando no marcamos nosotros el rumbo, cuando no tenemos tantos proyectos ni tanta energía para acometerlos… ojalá consigamos ser también nosotros hombres y mujeres del Espíritu, creyentes fieles y fecundos en nuestra debilidad. [/box]
Víctor Chacón Huertas, CSsR