28 May PENTECOSTÉS
Hechos de los Apóstoles 2, 1-11.
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
Palabra de Dios.
Salmo 103.
ENVIA TU ESPÍRITU, SEÑOR,
Y REPUEBLA LA FAZ DE LA TIERRA.
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas.
Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
1 Corintios 12, 3b-7.12-13.
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Palabra de Dios
San Juan 20, 19-23.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Palabra del Señor.
LA IGLESIA DEL ESPÍRITU ES CASA DE PUERTAS ABIERTAS.
Nuestra Iglesia tiene miedo y está a la defensiva. Si se preocupa excesivamente hacia dentro, (preservar la verdadera doctrina, vigilar la moral y controlar la liturgia), tiende a perder arrojo creador y dinamismo misionero propios del Espíritu.
Los retos de un mundo en constante cambio, el avance de la increencia, la falta de credibilidad y pérdida de poder e influencia de la Iglesia, su crisis vocacional y el envejecimiento del clero, el recelo de los trabajadores, la sospecha de los intelectuales, la desconfianza de los pobres, el alejamiento de la mujer, la crítica pública y abierta a la jerarquía, las nuevas teologías más cercanas a la realidad humana y a las ciencias del hombre, la acción y sentido crítico de los laicos, las grandes migraciones y el pluralismo cultural, todo esto y más, quita el sueño a la institución eclesial. Y la Iglesia tiende a cerrarse sobre sí misma.
El Concilio Vaticano II abrió la Iglesia al mundo y dialogó con él; se asomó a la vida de los hombres e impulsó la renovación de métodos y comportamientos desde el Evangelio. Era la primavera del Espíritu. Poco después, aquella travesía por el desierto de la libertad se para, y añora las ollas de Egipto, servidas a precio de esclavitud. Pero el Espíritu, que sopla donde y cuando quiere, impulsa testigos valientes, como el Papa Francisco, y se constituye en protagonista de una Iglesia abierta y diversa, rica en carismas, y siempre en comunión.
Dice Juan que, antes de la venida del Espíritu, “estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Con el Espíritu se llenan de valor y salen a la calle, a la tarea evangelizadora. El impulso y la acción del Espíritu son ya imparables. Nosotros somos la Iglesia del Espíritu.