22 Oct ORAR CON HUMILDAD Y CONFIANZA.
DOMINGO, 23 DE OCTUBRE, 30 del Tiempo Ordinario
Eclesiástico 35, 12-14. 16-18.
El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento.
Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. El Señor no tardará.
Palabra de Dios.
Salmo 33.
EL AFLIGIDO INVOCÓ AL SEÑOR, Y ÉL LO ESCUCHÓ.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.
2 Timoteo 4, 6-8. 16-18.
Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta! Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
Lucas 18, 9-14.
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor.
ORAR CON HUMILDAD Y CONFIANZA.
La oración es tan básica para los seguidores de Jesús, que ocupa tres domingos sucesivos en la catequesis itinerante de Lucas: el primero nos mostraba el objeto de la oración: el Reino de Dios; el domingo pasado incidía sobre su duración: siempre y sin desanimarse; hoy nos descubre la mejor de las disposiciones para orar: con humildad y confianza.
Y Jesús lo explica magistralmente con la parábola del fariseo y el publicano, que dirige a quienes “teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”.
Los fariseos no eran personajes o grupos siniestros, como dejan entrever los evangelios tras la ruptura entre judíos y cristianos, allá por los años 70. El fariseo era buena persona y cumplía con sus deberes religiosos, incluso por encima de lo establecido en el judaísmo. Pero se enorgullecía ante Dios y los hombres de su observancia de la ley y presumía de una talla humana y religiosa ejemplar. Como sólo se amaba a sí mismo y despreciaba lo diferente, el fariseo regresó a su casa sin ser perdonado.
Atrás, en un rincón del templo, estaba de rodillas un recaudador de impuestos. Los judíos se mantenían alejados de ellos y los consideraban pecadores públicos y miserables por su colaboración con los romanos y por los abusos continuos en el cobro de los impuestos. El recaudador reconoce su pecado y se arrepiente. “Os digo que éste bajó a su casa justificado”.
¿En cuál de estos personajes nos sentimos retratados? Una buena lección para cuantos rezamos. No le contemos a Dios nuestras virtudes, ni despreciemos a los otros, porque “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
PARROQUIA PERPETUO SOCORRO Misioneros Redentoristas MADRID.