01 Abr Entrevista a Olegario Rodríguez Martínez, CSsR
“El miedo a la responsabilidad y a la libertad es un riesgo que hay que asumir”
Por: Carmen Vila
Así lo aseguró Olegario Rodríguez Martínez, CSsR, en la entrevista que nos concedió para la revista Icono. Nació en Villarnera de la Vega (León) en 1932. 68 años de profesión. Ingresó en los misioneros redentoristas en 1945, en Jovenado de El Espino y lleva 62 años como sacerdote, desde el 11 de enero de 1959. En 1964 fue destinado a Macao (China), luego Manila (Filipinas), donde estuvo un año, y luego volvió a Macao otro año más. En 1967 regresó a Madrid, para volverse a Lima (Perú) donde vivió 8 meses. Finalmente, pasó por Vigo, Salamanca, Valencia-parroquia Barraqueta, Zaragoza, Sevilla, Valencia-Temple, Valencia- Nuestra Señora de Tejeda y, desde 1999, vive en Madrid. Participó en diversas campañas misioneras del Centro de Estudios y Planificación Misionera (CESPLAM) durante los años 1967 y 1990.
Olegario, ¿qué es lo que más le gusta de su pueblo?
El río Tuerto, que se llama así porque apenas tiene cauce, pero a mí me encanta. Además, adoro a mi gente de Castilla y León. A priori son personas frías, pero luego te abren sus puertas y da igual si tienen poco o mucho dinero porque te reciben como auténticos anfitriones. También destaco de mi pueblo que es una zona muy religiosa y siempre ha estado muy atendido en este sentido porque se encuentra a 12 kilómetros de Astorga y ha tenido sacerdote propio. Recuerdo a Don Pablo que era el cura de mi pueblo que más me marcó cuando era pequeño. Era muy alto, 1,90 cm, y como curiosidad, lo que más le atraía a todo el mundo de él eran sus confesiones. Cuando te acercabas, te regalaba siempre un par de castañas del Bierzo. Así que venía un montón de gente de otros pueblos a confesarse con él y los del pueblo siempre íbamos los últimos.
¿Fue Don Pablo entonces una de las personas que le animó a ingresar en los misioneros redentoristas? ¿Qué le llevó a meterse en esta comunidad?
Sí. Además, también tenía dos tíos curas redentoristas. De Don Pablo destaco su espiritualidad, su forma de ser, su puntualidad. Fue un hombre extraordinario. También mi abuelo paterno, Romualdo, fue maestro de mi pueblo durante 40 años y también catequista. En Villarnera de la Vega, todas las mujeres sabían leer y escribir gracias a él porque les daba clase por la noche. Y ni una sola se quedó sin aprender. Fue un hombre muy adelantado a su tiempo.
En 1945 ingresó en el Jovenado de El Espino. ¿Qué es lo que mejor recuerda de todos estos años hasta que se ordenó sacerdote en 1959?
En El Espino (Burgos), todos los que estudiamos allí lo hacíamos con gran intensidad y dedicación. Estudiábamos, rezábamos y jugábamos. Así era nuestro día a día. Sólo podíamos ver a la familia 10 días en verano, en vacaciones, así que estábamos completamente concentrados en nuestra formación. En mi tiempo libre, practicaba la pelota vasca y corría por los montes jugando a “Policías y ladrones”. Cualquiera me encontraba…
Y allí estudió varios idiomas…
Efectivamente, allí estudié castellano, latín, griego, francés. Fíjate que en 5º y 6º curso en el recreo teníamos que hablar en latín. Con todo esto, evidentemente, veíamos muy pocas películas. No había tiempo. Más tarde, en 1951, me trasladé a Nava del Rey (Valladolid), donde estaba el Noviciado. Todos éramos jóvenes, excepto Pablo San José Mateo, que ingresó con 41 años y llenó la convivencia de un buen humor y una alegría que no lo sabes bien. Él decía que esta situación era angelical, no real. Y comenzó mi vida religiosa con la toma de hábito (sotana), después de 15 días de retiro, con mi tirilla blanca (alzacuellos) que llevábamos todos los aspirantes a sacerdote. Al terminar el año de Noviciado hicimos la profesión religiosa el 24 de agosto de 1952. Era un acto muy solemne, a la par que austero: sólo teníamos 6 ó 7 invitados por persona.
Posteriormente, se fue a Santa Fe (Granada) a estudiar Filosofía hasta el año 1954. ¿Qué destaca de esta experiencia?
Los dos primeros años estudié en Santa Fe, pero el tercero fue en Astorga (León) y allí ya fue donde terminé Filosofía. En 1955 hasta 1959 hice Teología, exactamente en Valladolid. Era una casa extraordinaria con 180 estudiantes. Recuerdo las habitaciones orientadas en forma de estrella, tú fíjate que visión arquitectónica más moderna para la época. En Valladolid tenían una biblioteca extraordinaria repleta de libros muy famosos y disfruté como un enano con todo aquello.
Y en 1959 se ordenó sacerdote…
Así es. Lo que peor llevé fue que mi padre no pudo estar porque murió un año antes. Era un hombre extraordinario, con mucho sentido del humor y le hacía una ilusión tremenda que me ordenara. Él fue una persona muy sencilla, era labrador y constructor que tuvo que interrumpir su carrera de maestro por razones económicas, pero me enseñó muchísimas cosas en la vida que siempre las llevo conmigo y las he intentado poner en práctica. La vida sin humor no tiene sentido, ¿verdad? (Bromea)
En 1964, le destinan a Macao y luego a Manila para, posteriormente, volver a Macao. Allí estudió chino e inglés. ¿Qué destacaría de todos esos años?
El 17 de mayo de 1964 monté en el barco que nos llevó a Macao (China). Hicimos escala en Bombay, Colombo y Singapur. Lo mejor fue que allí los redentoristas tenemos casa, con lo cual no extrañamos apenas nada. Fui con el padre Emilio Lage y Manuel Cid, que ya había estado en China anteriormente. Al principio, no te voy a engañar, me sentí perdido, pero con el padre Campos todo fue cambiando. Tuve que comprarme toda la ropa blanca y dejé toda la que llevaba: ahí llegó el primer cambio importante en mi vida. Luego, el padre Cid me mandó a la Universidad de Manila, de las más prestigiosas de Filipinas, dirigida por los dominicos, al ver que no adelantaba mucho, y me fue realmente bien. Nunca me he encontrado un país tan bien evangelizado como Filipinas.
Se adaptó muy bien entonces…
Soy un rapaz, como dirían en mi pueblo, que me adapto muy fácilmente a las cosas que hay que hacer, sin embargo, me costó mucho comer con los palillos según qué cosas, por ejemplo, los fideos más largos. Los chinos se lo tomaban casi como una ofensa, pero te aseguro que no podía. (Risas). Tampoco me acostumbré a ver a las mujeres como si fueran esclavas porque todas estaban obligatoriamente dedicadas a la familia y al duro trabajo de la seda. ¿Por qué se pondrán zapatos pequeños para que se les deformen los pies? Nunca lo entenderé. Tampoco me gustó nada la cantidad de dinero que la gente se dejaba en las apuestas de galgos, en el juego, o consumiendo opio. Yo nunca lo probé porque dije: ¿Y si me acabo enganchando? Y bueno, lo que mejor recuerdo es la evangelización que hicimos allí los que fuimos. A las 5 de la mañana comenzaba nuestra actividad y casi rozábamos el sol al amanecer, que ya sabes que es por el primer sitio que sale del mundo. Me costó acostumbrarme a la cultura china, para ellos el clan es muy importante y si no perteneces al suyo te pueden ver con cierta indiferencia. Son muy respetuosos, pero un poco traicioneros porque no dan la cara. Por eso cuando hablaban de la vacuna de China contra la COVID…
¿Algún consejo para afrontar los jóvenes y menos jóvenes esta pandemia que nos ha tocado vivir en el siglo XXI?
La COVID ha supuesto en todos nosotros una opresión real y psicológica, no obstante, la libertad hay que saber usarla bien porque, de otra forma, no es libertad. Existe un miedo enorme a la responsabilidad, y la libertad es un riesgo que hay que asumir. En cuanto a la religión respecta, muchos jóvenes están desencantados, pero es que los mismos padres viven desbordados. Falta motivación, pero también para el estudio, tan importante para crecer personalmente en esta sociedad que nos ha tocado vivir.
Completamente de acuerdo con usted… Cuéntenos su aventura por Lima, antes de regresar definitivamente a España en 1967. ¿Qué fue lo que destacaría de Perú?
En 1967, me enviaron ocho meses a la Misión General de Lima. Fue una experiencia muy positiva en cuanto a la acogida, pero el centro de la ciudad era deplorable. En la parroquia Santo Nombre de Dios los fieles eran todos muy acogedores. Fue la misión con más éxito de todas las que estuve. Allí me concedieron la Medalla de Oro Cristo de los Milagros, ya ves tú. La expresión religiosa la llevan con mucha naturalidad en Latinoamérica y eso me gusta. Veneran todo lo santo, en general, aunque son algo superficiales. Cuando me iba, la gente decía: “Cuántos anticuchos con corazones rotos se quedan aquí”.
En 1967 regresa a España y está en Madrid un par de años y, posteriormente se fue a Vigo. De todas las ciudades donde la he tocado vivir, Salamanca, Valencia, Zaragoza… ¿Se queda con alguna en especial? ¿Por qué?
Zaragoza ha sido el lugar donde menos me costó adaptarme, sin embargo, en Sevilla fue algo más difícil. Valencia también me encantó. Estuve 15 años en total y fue como mi segunda casa. Comenzamos de cero y conseguimos muchas cosas en cuanto a la evangelización se refiere.
¿Qué destacaría de los misioneros redentoristas para una persona que sea completamente ajena a la comunidad? ¿Por qué sois tan especiales?
La sencillez, la misión… No existe el clasismo, la misión popular está abierta a todos. Normalmente, los misioneros redentoristas son personas muy acogedoras. La evangelización es algo muy importante para nosotros y se practica a fondo. Se ha trabajado enormemente hasta que la misión entró en crisis. No obstante, se conserva el espíritu de la misión, y eso es importantísimo.
Conocer a las personas, los contactos personales en la parroquia, la gente, la escucha… Los grupos de mayores y de vida ascendente ‘Alguien piensa en mí’. Cuando tenías que llamar a una persona cada pocos días y esta persona mayor estaba esperando la llamada como si fueras un familiar cercano… Ha sido de las cosas más emocionantes que me ha tocado vivir.
Lo que menos…
El miedo hacia el futuro, la incertidumbre que estamos viviendo hoy en día con la pandemia, en mi pueblo se está notando también, claro. Estoy muy desconcertado con la COVID, pero no hay que rendirse.
¿Cuántas cosas le quedan por hacer?
Vivir intensamente. Doy gracias a Dios por la cabeza que me ha dejado que conserve porque he visto a gente francamente mal. Y acabar así… Hoy en día, hace falta consuelo, la palabra. Les pediría a los médicos y al personal sanitario en estos tiempos que corren que tenga más pedagogía con los enfermos y sus familiares. Y que nadie nos arrebate la alegría, entendida como esperanza cristiana, como dice el Papa Francisco.