07 Mar La Cuaresma, un viaje de vuelta
La Cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Es el tiempo para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo. La Cuaresma no es hacer un ramillete espiritual, es discernir hacia dónde está orientado el corazón.
Así lo asegura el Papa Francisco en la sección ‘María del Perpetuo Socorro’ de nuestra revista Icono de este mes.
Este es el centro de la Cuaresma: ¿Hacia dónde está orientado mi corazón? Preguntémonos: ¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo? ¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado, preferido, puesto en el primer lugar y así sucesivamente? ¿Tengo un corazón ‘bailarín’ que da un paso hacia delante y otro hacia atrás, ama un poco al Señor y un poco al mundo, o un corazón firme en Dios? ¿Me siento a gusto con mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que lo encadenan?
El viaje de la Cuaresma es un éxodo de la esclavitud a la libertad. Son cuarenta días que recuerdan los cuarenta años en los que el pueblo de Dios viajó en el desierto para regresar a su tierra de origen.
Miramos al hijo pródigo y comprendemos que también para nosotros es tiempo de volver al Padre. Como ese hijo, también nosotros hemos olvidado el perfume de casa.
VOLVER A DIOS
Todos tenemos enfermedades espirituales y solos no podemos curarlas; todos tenemos vicios arraigados y solos no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso que volvió a Jesús y se postró a sus pies. necesitamos la curación de Jesús es necesario presentarle nuestras heridas y decirle: «Jesús, estoy aquí ante Ti, con mi pecado, mis miserias. Tú eres el médico, Tú puedes liberarme. Sana mi corazón».
La Palabra de Dios nos pide que volvamos al Padre, nos pide que volvamos a Jesús, y estamos llamados a volver al Espíritu Santo. La ceniza sobre la cabeza nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. Pero sobre este polvo nuestro Dios ha infundido su Espíritu de vida.
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