Encendiendo nuestra misión

Encendiendo nuestra misión

La llama, la lámpara, la luz… son símbolos recurrentes en las narrativas de todas las culturas religiosas y también profanas, en los escritos de los poetas místicos, como la ‘Llama de amor viva’ de San Juan de la Cruz, y también en la cultura popular de nuestras vidas. Hablamos de la llama del amor, la llama de la esperanza, de mantener viva la llama que un día prendió algo importante, de no dejar que se apague la llama.

Así comienza el artículo de César García-Rincón de Castro ‘Encendiendo nuestra misión’, publicado en la sección ‘Educar en Valores’ de nuestra revista Icono del pasado mes de diciembre.

Según García-Rincón, «en los momentos importantes de nuestra vida, como los cumpleaños, por ejemplo, encendemos velas como señal de alegría. Todo esto se remonta a tradiciones muy antiguas».

El símbolo de la llama, representado sobre todo en la «lámpara encendida», tiene bellos mensajes y numerosas reflexiones en las Sagradas Escrituras. En este pasaje de Lucas, por ejemplo, se nos invita a ser luz, a no esconder lo bueno, a iluminar las oscuridades del mundo y a otros, a servir y ser útiles:

«Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz. Tus ojos son la lámpara de tu cuerpo. Si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz; pero si está nublada, todo tu ser estará en la oscuridad. Asegúrate de que la luz que crees tener no sea oscuridad. Por tanto, si todo tu ser disfruta de la luz, sin que ninguna parte quede en la oscuridad, estarás completamente iluminado, como cuando una lámpara te alumbra con su luz» (Lc 11, 33-36).

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