12 Abr Domingo III de Pascua- Ciclo C
Primera lectura
Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.»
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.
Palabra de Dios
Salmo
Te ensalzaré, Señor, porque me has libradoTe ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos serían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante,
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.
Segunda lectura
Palabra de Dios
Evangelio
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.»
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron: «No.»
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
Palabra del Señor
MIEDO POR AMOR
2. Hoy merece la pena detenerse en el salmo 29. “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”. Es la experiencia de todo creyente, de todo aquel que sabe reconocer el paso de Dios por su vida. La huella de aquel que quiere nuestro bien, que opera en nuestra historia silenciosa y calladamente. “Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa”. Un Dios que se hace presente aún en los momentos dolorosos, que no olvida a sus criaturas. Sólo cabe alabar y gozar sabiendo la nueva oportunidad que se nos brinda, cada día, a cada momento; Dios que renueva, perdona y olvida, enmienda y endereza, repara y sana.
3. Por tercera vez se aparece Jesús a sus discípulos. Y esta vez también les pilla desprevenidos. Les coge con las manos en las redes. Y las redes vacías. Y no por falta de esfuerzo, pues habían pasado la noche entera bregando. Pero bregaban sin norte, sin criterio, sin planificación alguna. Llega Jesús y las brumas se disipan y ¡las redes se llenan!: “Echad a red a la derecha y encontraréis”. Pero echadla con convicción, no la echéis con miedo ni desanimados porque ya son muchos los intentos fallidos. Una vez más echadla, pero como si fuera la primera. Dice el relato de Juan que ninguno se atrevía a preguntarle quién era “porque sabían bien que era el Señor”. No hay duda. Sólo él actúa así, tan autoritariamente, tan salvíficamente. En el diálogo con Pedro que se sucede a continuación opera un milagro mucho mayor que el de la pesca. Con la pregunta por el amor, Jesús hace cambiar a Pedro de criterio. Si hasta entonces era un Pedro impulsivo y timorato a la vez el que decidía, en adelante cambiaría ese miedo por amor. La clave no sería su criterio, sino el bien del pueblo que pastorea. De un plumazo Jesús le confirma en su misión, le renueva en el amor y le llama a seguirle siempre, a buscarle con fidelidad. “¿Simón Pedro, me amas? Apacienta mis corderos”. No cabe un amor abstracto y difuso, la confesión del amor implica tarea al igual que la confesión de la fe implica seguimiento. ¿Me amas? ¿Y qué haces ahí parado? Deja que Cristo resucitado guíe tu vida, deja que él llene tus redes vacías. Que te diga dónde debes seguir pescando. [/box]
Víctor Chacón Huertas, CSsR