Biografía de Conchita Barrecheguren

Biografía de Conchita Barrecheguren

Conchita Barrecheguren García, nace en Granada el 27 de noviembre de 1905. Su padre, Francisco Barrecheguren Montagut, es de Lérida y desciende de una familia vasco-catalana. Su madre, Concepción García Calvo, es granadina. Fue bautizada en la Parroquia del Sagrario de la Catedral de Granada el 8 de diciembre de 1905. Era la fiesta de la Inmaculada y la niña recibió con las aguas bautismales, el nombre de la Virgen: María de la Concepción del Perpetuo Socorro.

Su padre se encargó personalmente de su formación cultural y la preparó para recibir los sacramentos. Fue confirmada en el Colegio de las Religiosas del Sagrado Corazón el 13 de mayo de 1912, hizo la Primera Confesión el 12 de junio de 1912 en la iglesia del Sagrado Corazón y en ese mismo templo recibió la Primera Comunión en la Misa de la Medianoche de la Navidad del mismo año. De esas fechas hay un breve escrito que llama la atención en una niña de seis años y que habla de su precocidad espiritual. Ella escribe: “Padre mío, hazme santa; Jesús, vengan espinas, vengan cruces, vengan” y firma por primera vez: Conchita de Jesús”.

Desde su Primera Comunión vive a impulsos de Eucaristía y la oración se convierte en una práctica constante. Cada día se levanta a las siete de la mañana, para acudir a la celebración de la Misa y comulgar. Después de hacerlo, ocupa una hora en diálogo con el Señor. En el mediodía emplea otra media hora en la meditación y cada día reza el Rosario, el Oficio Parvo de la Virgen y el Vía Crucis. Por la tarde, junto a su padre, visita al Señor en la Iglesia donde se encuentra el Jubileo de las XL Horas. En la Eucaristía descubre el modo de renovar sus fuerzas; por eso, escribe así: He de amar a Jesús sobre todas las cosas, no teniendo en el mundo otra satisfacción que la de agradarle y darle gusto. Mi amor, será un Dios crucificado. Mis armas, la oración. Mi fortaleza, la Eucaristía. Mi recreo, Jesús Niño. Mi divisa, la confianza en Dios y el desprecio de mí misma. Mi refugio, los brazos de la Virgen. Mis deseos, aspirar a amar cada vez más a Jesús”.

Durante sus años juveniles se incorpora a las Hijas de María de la Parroquia de Santa María Magdalena, a la Adoración Nocturna, a la Adoración Diurna de la Iglesia de los Agustinos Recoletos, participa en los Jueves Eucarísticos del Santuario de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro, se inscribe en la Asociación Eucarística de las Marías de los Sagrarios y en la Archicofradía de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro.

Conchita viaja, lee mucho, escribe, compone poesías, toca el piano con perfección. Su autor predilecto fue Beethoven. También se ocupa en enseñar catecismo y preparar para recibir los sacramentos, trabaja en el taller de «Santa Rita», para confeccionar ropa para los pobres; visita los sagrarios de parroquias necesitadas (Armilla, Otura y Guevejar) y prepara ornamentos para esos templos.

Desde muy temprana edad sintió la llamada a la vida religiosa y quiso hacerse carmelita, pero la enfermedad le impidió hacer esta elección de vida. Ella dirá más tarde, que su vocación consiste en estar enferma. En 1917 le diagnosticaron una inflamación intestinal que le provocó fuertes dolores y la obligó a seguir una estricta dieta alimenticia. En 1924 aparece otro motivo de preocupación para Conchita y su padre. Se trata de la enfermedad mental de la madre que, tras una serie de tratamientos realizados en su domicilio, llevó a los médicos a prescribirle el ingreso en un centro de salud.

Conchita tuvo ocasión de realizar varios viajes y peregrinaciones. Especialmente hay que señalar su visita a Santa Teresita en Lisieux. Allí, no pidió curarse de su dolencia de estómago, sino que ofreció su vida al Señor. Al regreso de Lisieux en octubre 1926, una leve ronquera le anuncia la tuberculosis, la misma enfermedad que tuvo Santa Teresa del Niño Jesús. Poco a poco, la enfermedad mina la frágil naturaleza de Conchita y los médicos aconsejan que se le traslade al Carmen que tiene la familia Barrecheguren junto a los bosques de la Alhambra. Se confía que los aires frescos y puros, que allí llegan con más facilidad desde la Sierra Nevada, puedan frenar el avance de la enfermedad y ayudar a la respiración de la enferma.

A la dureza de la enfermedad, se añade la dificultad del tratamiento. La tuberculosis es poco conocida para la medicina de entonces. Por eso, prácticamente, sólo cabe aliviar las molestias que causa. El desarrollo de la enfermedad de Conchita, y de los sufrimientos que la acompañan, provocan la admiración de quienes la conocieron. Un asombro, que surge al ver el modo en que Conchita sabe sobreponerse y sacar fuerzas de flaqueza. Ahí se hizo constatable la maravilla de su calidad humana y de la seguridad de su fe. Una fe que se atreve a descubrir que los planes de Dios no son los suyos, que tiene que aceptar que su vida y su modo de seguir a Jesucristo y de estar en la Iglesia, es el laical: el estado común de los bautizados y que vivió el mismo Señor Jesús.

La vida de Conchita fue breve. No llegó a cumplir veintidós años. Pese a ello, fue tiempo más que suficiente para hacerse y construirse como mujer y como mujer cristiana; y para desarrollar sus cualidades. Supo utilizar su tiempo y vivirlo intensamente.

Ella es un fruto de la Iglesia de Granada y sin la iglesia sería imposible hablar de Conchita. Hoy, su ejemplo manifiesta la vitalidad eclesial, pues en ella se dan dos elementos ampliamente reforzados por el Concilio Vaticano II: la importancia de los laicos en la vida de la Iglesia y su participación por el Bautismo en el sacerdocio de Cristo (cf. LG 10).

Lo extraordinario de Conchita es su vida cristiana ordinaria y común; pero, además, hay dos cosas específicamente singulares en ella y que le hicieron llamar la atención de quienes la conocieron: su modo de aceptar y afrontar la cruz y su alejamiento del mundo y de todo lo que pudiera distraerla de su proceso de crecimiento espiritual. En eso, ciertamente, no pasó desapercibida.

Murió el 13 de mayo de 1927. No buscó, ni vivió cosas llamativas. Simplemente, vivió su fe y con su ayuda respondió a las dificultades cotidianas y a los desafíos que se le presentaban. Quienes la conocieron supieron estimarla y pensaron que estaban ante una persona especial, extraordinaria y santa. Su persona fue como una presencia que, discreta y débil, se echa en falta cuando, de forma inesperada, desaparece.

Los amigos y conocidos de Conchita, descubren, poco a poco, un atractivo que, hasta entonces, les había pasado desapercibido. Ella tenía algo que les empieza a servir de referencia. Sus pocas palabras y su modo de afrontar la vida, se convierten en un estímulo para los demás. Nunca nadie, ni Conchita, ni sus padres, ni sus amigos, pudieron pensar que la fragilidad y debilidad de aquella niña iba a despertar tanta admiración e interés después de su muerte. Se trata de una notoriedad que no decae, al contrario. La muerte de Conchita puso en marcha un revuelo que se extiende con inusitada rapidez. Por toda Granada se habla de Conchita y mucha gente empieza a pedir fotos y copias de sus escritos.

La Causa de Beatificación y Canonización de Conchita, se inicia el 21 de septiembre de 1938, introducida por el Cardenal Parrado, Arzobispo de Granada, y se clausura, en su fase diocesana, el 7 de noviembre de 1945. El 9 de febrero de 1956, el Papa Pio XII aprobó el juicio sobre sus escritos y declaró que en ellos no existe cosa alguna que sea obstáculo para proseguir su proceso de Beatificación y Canonización.

Después de la muerte de Conchita, su padre, D. Francisco Barrecheguren, al quedar viudo y solo, decide en junio de 1945, ingresar en la Congregación de los Misioneros Redentoristas. Al concluir el año de Noviciado, emite los votos religiosos el 24 de agosto de 1947. De ahí pasa a estudiar teología y a prepararse para la Ordenación Sacerdotal, que ocurre el 25 de julio de 1949. Cuando sea sacerdote, los superiores tendrán el acierto de destinarle a Granada.

P. Francisco Barrecheguren, murió el 7 de octubre de 1957 y su proceso de Beatificación y Canonización se inicia en Granada en 1993. Junto con su hija Conchita fue declarado Venerable el 5 de mayo de 2020 por el Papa Francisco.

Hay que reconocer en la Venerable Sierva de Dios Conchita Barrecheguren, a una mujer del siglo XX. De un tramo importantísimo de ese siglo. Ella resulta una referencia creyente y dentro de la Iglesia, en el tiempo en que los laicos han cobrado y asumido su protagonismo dentro de la Iglesia.

En nuestra actualidad, donde se presentan diversas dificultades para creer, y mucho más en nuestra realidad europea, Conchita hace una oferta de fe decidida, confiada y segura. En un tiempo de crisis para la institución familiar, Conchita es referencia del modo en que la familia cristiana ofrece un espacio inmejorable de crecimiento, maduración, equilibrio humano y transmisión de la fe. En un tiempo de crisis vocacional y de ausencia de estima por la vida religiosa y sacerdotal, Conchita ofrece no sólo su aprecio por dichos modos de vida, sino, sobre todo, el extraordinario fruto que supone la vocación religiosa, sacerdotal y misionera de su mismo padre. Así, Conchita, y su padre, el Venerable Siervo de Dios Francisco Barrecheguren, son referencia de vida familiar cristiana.