«Aquí estoy yo»

«Aquí estoy yo»

Lectura del libro de Isaías

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!» Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.» Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: «Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.» Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?» Contesté: «Aquí estoy, mándame.»

Salmo 137

R/.

Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.

Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R/.

Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.

Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.

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Lectura del santo evangelio según san Lucas 

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»
Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.» Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

[su_box title=»‘Aquí estoy yo'»]
De vocación y llamadas sigue yendo hoy la Palabra. Isaías se encuentra de frente a Dios. Tiene una visión terrible y fascinante a la vez. Y enmudece. Delante de aquella presencia se apabulla y tartamudea. No era para menos. Ante la grandeza de Dios el profeta toma conciencia de su indignidad y su pecado. Isaías lo manifiesta y Dios pone remedio: envía al ángel que lo purifica con un ascua. Dios capacita a aquellos que llama. Sale al paso de aquellas dificultades que a veces nos parecen insalvables, nos quita los miedos. Entonces oyó la voz de Dios que preguntaba: ¿a quién enviaré? ¿quién irá por mí? Y respondió sin temor: ¡Aquí estoy yo, envíame! El profeta y el creyente ha de luchar en su vida para volverse disponible a Dios como hizo Isaías. Para pasar de las excusas y el “no valgo, no puedo, no sé” al “aquí estoy yo”.
Pablo sigue batiéndose el cobre con los Corintios. “Os recuerdo el evangelio que os anuncié, que recibisteis y que os está salvando, si es que lo conserváis tal y como os lo anuncié”. Cristo murió y resucitó por nosotros, les dice Pablo. Y se apareció a muchos, también a mí, el último de los apóstoles, el menos importante, indigno de ser llamado apóstol. Pero dirá Pablo “por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí”. Sensacional apreciación, Pablo no se subestima, tampoco se sobreestima. Conoce con realismo sus debilidades, y pese a ellas se siente amado, llamado y fértil por la gracia de Dios. En las manos de Dios la vida florece, Dios bendice y nos hace fecundos de distintas maneras, a Pablo a través de su palabra y su trabajo incansable en tantos lugares y viajes, en tantas comunidades. PESCADOR
Nos vamos de pesca con Pedro y los discípulos. Los acompañamos en una noche infructuosa: “hemos estado toda la noche bregando sin pescar nada”. La sensación de cansancio y de frustración era grande. Y Jesús les pide remar mar adentro y echar de nuevo las redes. Pedro está reticente, pero decide fiarse de su maestro por encima de su propio criterio de pescador (esa humildad le honra) y le dice: “por tu palabra echaré las redes”. Y sucedió el milagro. Se rompían las redes. También las redes de sus miedos y su desesperanza. El signo de la abundante pesca les hizo presentir lo que les esperaba con Jesús al lado. Lucas resalta cómo después de aquel milagro se dio el desprendimiento y el seguimiento en los discípulos: “ellos, dejaron todo y lo siguieron”. No podían seguirle por los caminos arrastrando su barca de pescadores y “enredados” con viejas historias. Había que desprenderse de cosas y comenzar una vida nueva. ¿tengo yo que desprenderme de algo para seguir mejor a Cristo? ¿he sido capaz de dar ya ese “salto de fe” que da Pedro, actuar fiándose de la palabra de Dios y no solo del propio criterio o experiencia? Pues ahí tenemos tarea para rato. La fe es siempre fruto de la acogida de una revelación y de un encuentro con el Señor.
Víctor Chacón Huertas, CSsR [/su_box]