06 Feb «Aquí estoy yo»
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La Palabra
by victorcssr
Lectura del libro de Isaías
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!» Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.» Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: «Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.» Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?» Contesté: «Aquí estoy, mándame.»
Salmo 137
R/.
Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R/.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»
Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.» Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
[su_box title=»‘Aquí estoy yo'»]
De vocación y llamadas sigue yendo hoy la Palabra. Isaías se encuentra de frente a Dios. Tiene una visión terrible y fascinante a la vez. Y enmudece. Delante de aquella presencia se apabulla y tartamudea. No era para menos. Ante la grandeza de Dios el profeta toma conciencia de su indignidad y su pecado. Isaías lo manifiesta y Dios pone remedio: envía al ángel que lo purifica con un ascua. Dios capacita a aquellos que llama. Sale al paso de aquellas dificultades que a veces nos parecen insalvables, nos quita los miedos. Entonces oyó la voz de Dios que preguntaba: ¿a quién enviaré? ¿quién irá por mí? Y respondió sin temor: ¡Aquí estoy yo, envíame! El profeta y el creyente ha de luchar en su vida para volverse disponible a Dios como hizo Isaías. Para pasar de las excusas y el “no valgo, no puedo, no sé” al “aquí estoy yo”.
Pablo sigue batiéndose el cobre con los Corintios. “Os recuerdo el evangelio que os anuncié, que recibisteis y que os está salvando, si es que lo conserváis tal y como os lo anuncié”. Cristo murió y resucitó por nosotros, les dice Pablo. Y se apareció a muchos, también a mí, el último de los apóstoles, el menos importante, indigno de ser llamado apóstol. Pero dirá Pablo “por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí”. Sensacional apreciación, Pablo no se subestima, tampoco se sobreestima. Conoce con realismo sus debilidades, y pese a ellas se siente amado, llamado y fértil por la gracia de Dios. En las manos de Dios la vida florece, Dios bendice y nos hace fecundos de distintas maneras, a Pablo a través de su palabra y su trabajo incansable en tantos lugares y viajes, en tantas comunidades.
Nos vamos de pesca con Pedro y los discípulos. Los acompañamos en una noche infructuosa: “hemos estado toda la noche bregando sin pescar nada”. La sensación de cansancio y de frustración era grande. Y Jesús les pide remar mar adentro y echar de nuevo las redes. Pedro está reticente, pero decide fiarse de su maestro por encima de su propio criterio de pescador (esa humildad le honra) y le dice: “por tu palabra echaré las redes”. Y sucedió el milagro. Se rompían las redes. También las redes de sus miedos y su desesperanza. El signo de la abundante pesca les hizo presentir lo que les esperaba con Jesús al lado. Lucas resalta cómo después de aquel milagro se dio el desprendimiento y el seguimiento en los discípulos: “ellos, dejaron todo y lo siguieron”. No podían seguirle por los caminos arrastrando su barca de pescadores y “enredados” con viejas historias. Había que desprenderse de cosas y comenzar una vida nueva. ¿tengo yo que desprenderme de algo para seguir mejor a Cristo? ¿he sido capaz de dar ya ese “salto de fe” que da Pedro, actuar fiándose de la palabra de Dios y no solo del propio criterio o experiencia? Pues ahí tenemos tarea para rato. La fe es siempre fruto de la acogida de una revelación y de un encuentro con el Señor.
Víctor Chacón Huertas, CSsR [/su_box]