09 Feb Abraham y la «fiesta del sí»
En diálogo con la realidad de la vida en su inicio, podemos ver que un niño, desde que nace, recibe y oye palabras, nombres, gestos, noticias… y todo lo registra en su ser más profundo. Posee un dinamismo interior de crecimiento a todos los niveles. Pronto distingue las voces conocidas, reconoce los diversos tonos en su aprendizaje vital, distingue la voz de la madre de la de extraños, y todas las informaciones que recibe le van estructurando en su tejido humano que sigue creciendo.
Así lo asegura Pilar Avellaneda en la sección ‘Oramos con tu Palabra’ de nuestra revista Icono de febrero. «No importa que no entienda nada, en la incipiente urdimbre de su vida necesita la palabra y los gestos, cada día los percibirá más dirigidos a él mismo, y así la comunicación será un hilo muy importante en su tejido vital. Llegará un momento que el idioma de los padres será su propio lenguaje. Poco a poco irá comprendiendo , y enriqueciendo su comunicación con nuevas palabras que harán cada vez más humana su vida, porque podrá -a través de ellas- relacionarse mejor con su entorno».
De igual manera, en palabras de Avellaneda, «la vida del creyente necesita la firme urdimbre de la Palabra de Dios, sus tonos y sus gestos expresados en todas sus páginas. Quien lee la Biblia en la humildad de un niño, y acoge sus palabras confiado, entra en un proceso de estructuración de su propia humanidad, hasta llegar a la madurez de un corazón orante».
Pilar Avellaneda asegura en su artículo que «no importa que no lo entienda todo, poco a poco comprenderá, pero cada página va penetrando en su interior, y aprende a reconocer la voz de Dios, hasta hacer del lenguaje de Dios su propio idioma, y de los parámetros del Señor sus propios criterios de discernimiento».
«Pero, ¿cómo discernir el bien del mal -entre tanta confusión como reina- en nuestro mundo herido y adormecido? Entre tantas voces y reclamos, que no podemos evitar, ¿cómo distinguir la voz de Dios?».
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