28 Sep domingo XXVI del T. O.
Primera lectura
Palabra de Dios
Salmo
R/.Alaba, alma mía, al Señor
Él mantiene su fidelidad perpetuamente,
él hace justicia a los oprimidos,
él da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.
Segunda lectura
Evangelio
Palabra del Señor
1. El ejemplo que nos deja tanto la profecía de Amós como la vida del rico del evangelio es muy actual. Se trata de personas que viven sólo para sí mismas. Viven sin atender a nada de fuera. Viven para satisfacer sus necesidades, sus gustos, sus apetencias… Viven para «autocomplacerse». Su centro está en ellos mismos, siempre. Y esto no deja de ser una esclavitud -muy engañosa- bajo apariencia de profunda libertad. Se pierde la belleza de la espera, el aprender a valorar las cosas y a las personas… el mirar hacia fuera.
2. «No escuchan». Al final, en su plegaria desesperada, el rico termina por reconocer a Abraham que sus familiares y amigos (los suyos, los que viven y piensan como él) ¡no escuchan! Y aún insiste impertinente, “manda al mendigo a Lázaro para que les avise, pues si les visita un muerto”… Abraham se muestra rotundo: ¡no! Aunque les visite un muerto no le escucharán, su cerrazón no tiene remedio. Su obcecación no encuentra solución fácil. ¡Es triste ser tan autosuficientes, no esperar nada, no pedir nada! En cambio Lázaro no había hecho en su vida otra cosa que esperar, mendigar… reconocer su pobreza y su precariedad. La autosuficiencia impide la escucha, impide toda acogida y todo diálogo.
3. La vida que no compensa. Al final, «la vida de rico sale cara» nos viene a decir hoy el evangelio. Es la tentación ‘presentista’: «disfrutemos ahora, por sí luego no hay nada», «carpe diem», «vive con intensidad» y tantos otros leitmotiv que se oyen por ahí, conducen a una visión sesgada de la realidad y profundamente egocéntrica, que olvida la trascendencia del ser humano, que olvida a los hermanos que nos necesitan. La diversión, el entretenimiento, el disfrute… tienen en cristiano un límite: el compromiso con la realidad que nos rodea. No podemos vivir dándole la espalda a los «Lázaros» de nuestra vida y luego pretender que salven a los nuestros, que nos ayuden y se preocupen por nosotros. Como dice hoy San Pablo, vivimos aceptando un reto: «conquista la vida eterna a la que fuiste llamado». Por supuesto que Dios es misericordioso y desea salvar a todos, pero por mucho que Él te llame, hermano, si tú has endurecido el oído te costará más escuchar y aceptar su invitación. Cultiva tu fe día a día, deja que esta vaya impregnando y empapando aquello que eres, mantente como Lázaro pedigüeño y humilde. [/box]
Víctor Chacón Huertas, CSsR