07 Feb La Palabra. Domingo 10 Febrero 2013
Domingo V del tiempo Ordinario
Ciclo C – 10 de Febrero de 2013
Isaías 6, 1-2a. 3-8
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo:
– « ¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está a de su gloría!»
Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
– « ¡Ay de mi, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.»
Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
– «Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.»
Entonces, escuché la voz del Señor, que decía:
– «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?» Contesté:
– «Aquí estoy, mándame.»
Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 4-5. 7c-8
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
Te doy gracias, Señor,
de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R.
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.
Que te den gracias, Señor,
los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R.
I Corintios 15, 1-11
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe.
Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mi.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien. he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
Lucas 5, 1 -11
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
– «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»
Simón contestó:
– «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
– «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
– «No temas; desde ahora serás pescador de hombres. »
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Remad mar adentro y echad las redes
por Víctor Chacón Huertas, CSsR.
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Hay una antífona, que supongo inspirada en el evangelio de hoy, que hemos cantado con frecuencia en nuestra pastoral juvenil redentorista: “Deja la tierra en que habitas, ven conmigo mar adentro, sólo en mis aguas verás la verdad de mi proyecto”. Es preciosa y encierra un gran mensaje. A muchos nos ha dado por pensar y reflexionar con ella: ser cristianos es siempre recomenzar, siempre andar en búsqueda y conversión, dejando la tierra que habitamos, evitando toda instalación. Ser cristiano es, además, ir tras las huellas de Jesús, adentrarnos en el mar inmenso y desconocido sin temor alguno, pues vamos siguiéndole ¡a Él! Ser cristiano es ver el mundo con ojos diferentes, desde otro punto de vista, desde otras aguas que no son las nuestras, y eso enriquece y llena la vida pues éstas jamás son aguas estancadas. La Palabra de este domingo va a abundar mucho más en este sentido.
Isaías nos narra, en la primera lectura, su vocación. El momento y la manera en que se sintió llamado en una visión celestial y gloriosa en la que se sentía “fuera de sitio”, impuro, sentía que desentonaba. Se lo dijo a Dios: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo con labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”. Le puso ese reparo, que tenía su razón, cualquiera somos impuros ante Dios, pero que no era suficiente para paralizar su llamada. Ante la llamada de Dios no valen excusas. Dios responde pronto a Isaías ante su argumento de la impureza: “Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Eso era tanto como decirle: “Mira, hijo, ya sé que tú no puedes, pero yo te hago capaz, te envío igualmente, me fío de ti. Tú, fíate de mí, no estarás solo”. Entonces Isaías escuchó de nuevo la llamada de Dios: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por mí?” y acertó responder: “Aquí estoy, mándame”.
En la primera carta a los Corintios 15 Pablo nos ofrece el que probablemente es el testimonio más antiguo de la resurrección de Cristo, el anuncio fundamental. O como él mismo dice: “Lo primero que os transmití tal como lo había recibido”. ¿Y qué es eso tan importante y nuclear? El kerigma: “Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día, se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce…” Es el anuncio de Cristo resucitado que sigue acompañando a sus discípulos, haciéndose presente en sus vidas. Llamándoles, capacitándoles, enviándoles. O para que nos entendamos mejor: Llamándonos, capacitándonos, enviándonos. El propio Pablo reconoce, “por último se me apareció también a mí”. Nuestra fe se asienta en estas breves, pero densas, afirmaciones que expresan la presencia de Dios en nuestra vida. Que reconocen lo sagrado en medio de la historia, nuestra historia.
San Lucas nos confronta de nuevo con lo “irracional” y sorprendente de la llamada de Dios. “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. No se hizo esperar la réplica de Pedro: “Nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. La respuesta de Pedro sintetiza lo que Isaías hizo en dos fases (excusa y respuesta) en una sola. Pedro es sincero, le cuenta lo que les pasó y se muestra reticente hasta cierto punto, pero sabe que con Jesús las cosas en su vida son diferentes, que todo cambia cuando está él. Así que, aunque lo más lógico sería descansar y dejar para otro día la faena, nos fiamos de ti Señor, “por tu palabra, echaremos las redes”. No actuamos con nuestro criterio, con nuestros cálculos humanos –tantas veces tan mezquinos y opacos- sino que confiamos en su llamada, en su mandato. La abundante pesca, que sorprende a todos, hace a Pedro reconocer vigorosamente su fragilidad, su inutilidad: “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Nada que Jesús no supiera ya, él nos sigue llamando desde nuestra fragilidad, desde nuestro pecado, la llamada no se anula por esto sino que se renueva: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”.
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