17 Mar QUINTO DOMINGO DE CUARESMA
Jeremías 31, 31-34.
Ya llegan días, -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-.
Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días -oráculo del Señor-: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: «Conoced al Señor», pues todos me conocerán, desde el pequeño al mayor -oráculo del Señor-, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.
Palabra de Dios.
Salmo 50.
OH DIOS, CREA EN MÍ UN CORAZÓN PURO.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Hebreos 5, 7-9.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial.
Y aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.
Palabra de Dios.
San Juan 12, 20-33.
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, queremos ver a Jesús».
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».
Entonces vino una voz del cielo:
«Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».
La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo:
«Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
Palabra del Señor.
¿DAMOS FRUTO?
El evangelio de hoy se encuadra en la fiesta de la Pascua. Jesús presiente que llegan días difíciles. El ambiente está enrarecido y el ánimo de Jesús preocupado: “Ahora mi alma está agitada y ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora.” Nos recuerda la noche de Getsemaní y el lado más humano y triste de Jesús.
El Señor tiene que decidirse entre un camino fácil y de evasión, y otro duro, muy duro, pero obediente y fiel al proyecto del Padre. Jesús elige la senda del servicio y lo explica con la imagen agrícola del grano de trigo. Sólo si el grano hundido en tierra se pudre y muere, generará una espiga llena de granos y de vida. Es la ley de la naturaleza, a la que se asemeja la vida de los humanos. Merece la pena gastar y desgastar la propia existencia, para crearla abundante a nuestro alrededor.
En la travesía cuaresmal vamos ejercitándonos en un entrenamiento diario para afrontar como hombres nuevos la fiesta de la Resurrección en la noche de la Pascua. En este domingo Jesús nos recuerda: que cualquier momento puede ser la hora de la decisión para cada uno de nosotros. No la desaprovechemos. Jesús siempre nos sorprende a través de los hermanos, de los acontecimientos, de los más débiles de la tierra. No caben otras componendas. Sólo salva el que comparte el dolor y se solidariza con el que sufre.
La conducta del mundo se medirá con el criterio de la muerte del maestro de Nazaret. La entrega, el servicio, el amor comprometido, serán las señas de identidad del verdadero discípulo de Jesús.