03 Sep VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Jeremías 20, 7-9.
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido. He sido a diario el hazmerreír, todo el mundo se burlaba de mí.
Cuando hablo, tengo que gritar, proclamar violencia y destrucción. La palabra del Señor me ha servido de oprobio y desprecio a diario.
Pensé en olvidarme del asunto y dije: «No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre»; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo y no podía.
Palabra de Dios.
Salmo 62.
MI ALMA ESTÁ SEDIENTA DE TI, SEÑOR, DIOS MÍO.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
Porque fuiste mi auxilio
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene.
Romanos 12, 1-2.
Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual.
Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.
Palabra de Dios.
San Mateo 16, 21-27.
En aquel tiempo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte».
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».
Entonces dijo a los discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta».
Palabra del Señor.
¿SERVICIO O PODER?
De nuevo Pedro acapara la máxima audiencia evangélica. Tras su confesión de fe el pasado domingo, hoy se enfrenta a Jesús y se niega a subir a Jerusalén y arriesgar su vida ante las amenazas de los dirigentes judíos.
El sueño glorioso y triunfalista de un Mesías, caudillo victorioso y jefe incuestionable de Israel, animó a los apóstoles a forjarse ilusiones de poder y a ambicionar las primeras carteras ministeriales, como aparece en el episodio de los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan.
Jesús les aclara abiertamente que tiene que ir a Jerusalén y padecer mucho, morir en la cruz y resucitar. Él rechaza todo poder, para asumir la condición de “Siervo sufriente” en solidaridad con todos los sufridores y pobres de la tierra, como lo canta el Segundo Isaías. Su muerte en cruz como un proscrito, condenado públicamente por las autoridades civiles y religiosas, impactó seriamente en la comunidad de seguidores y les hizo replantearse el aprendizaje siempre interpelante de la fe. Su sufrimiento no es una opción masoquista, sino la consecuencia lógica de su coherencia de vida y su compromiso liberador con la humanidad.
Pedro, como dirigente notable de la comunidad cristiana, tuvo que aprender que la fe no entiende de instalaciones (“hagamos tres tiendas”). La fe es riesgo en el compromiso (“subir a Jerusalén”); y es pasión de vivir en fidelidad al proyecto del Padre (liberación). Ningún creyente está libre de este aprendizaje continuo.
A las puertas de un nuevo curso, el Evangelio nos pide marcha, tensión, pasión, riesgo, compromiso, programaciones y proyectos. No lo archivemos como pieza de museo. “El que pierda su vida por mí, la encontrará”.