14 Jul Transmitir lo que hemos recibido: la Eucaristía
Tenemos una gran responsabilidad: ¡Transmitir a las próximas generaciones lo que nosotros, a su vez, también hemos recibido! Así lo hizo san Pablo (1 Cor). Pero hay que estar atentos: en el proceso de transmisión se inoculan elementos extraños que no proceden de la Tradición originaria y genuina y pueden desfigurar y volver irreconocible lo transmitido: «Al principio no fue así».
Hoy os recomendamos el artículo de José Cristo Rey G. Paredes, cmf, en nuestra revista Icono de julio-agosto.
En tiempos de Abraham surge inesperadamente un extraño sacerdote y rey: Melquisedec, rey de Salén. Ofrece «pan y vino» y bendice a Abraham en nombre del Dios altísimo creador del cielo y de la tierra. Abraham, el gran creyente, se inclina ante él y le ofrece diezmo de todo lo que posee.
El Antiguo Testamento, según José Cristo Rey G. Paredes, contempla a Melquisedec como prototipo de un Mesías sacerdotal (Sal 109). El Nuevo Testamento descubre en Melquisedec la anticipación de Jesús (Heb 5, 6; 7, 1 ss) que también y, sobre todo, es rey de paz y ofrece en su última Cena el Pan y el Vino para bendecirnos.
Jesús es el Mesías que, con cinco panes y dos peces alimenta a una muchedumbre de cinco mil hombres. Es el sacerdote de la bendición que alza la mirada al cielo, pronuncia la bendición sobre ellos, los parte y hace que todos coman hasta saciarse. Sacerdocio, pan, vino y bendición son las claves para entender la festividad del Corpus y la Eucaristía.
EL SEÑOR DE LA CENA Y LA CENA DEL SEÑOR
Para el misionero claretiano, «La Eucaristía es mucho más que cualquier ser humano que la presida. Da igual que la presida el Papa, el Obispo, el mejor predicador o liturgista. Es siempre ‘la Eucaristía del Señor’, ‘la Cena del Señor’ y Él solo es su principal celebrante y protagonista».
Pero el Señor queda relegado a un segundo o último puesto, cuando un clérigo desvía la atención de los fieles: cuando su homilía hace de la Palabra una mera excusa para hablar de otros temas, cuando la ritualidad que preside no evoca la sencillez de los orígenes evangélicos y la asamblea tiene poco que ver con la comunidad del Cenáculo o de la originaria Eucaristía de «casa en casa». ¡Qué pena que eso pueda ocurrir y esté ocurriendo!
Cuando la Eucaristía se vuelve rutinaria…: entonces se celebra el Amor sin amor, la Presencia desde la ausencia del corazón y los pensamientos, el Misterio desde la más estricta obediencia a la ritualidad. «Ir a misa» o «atenerse a las normas» pueden convertirse en expresiones políticamente correctas que suplantan lo que debería definirse como «un encuentro estremecido con el Dios que nos visita» o una auténtica experiencia de Pascua y aparición del Señor resucitado.
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Cuando celebramos la Eucaristía «del» Señor…: entonces, según José Cristo Rey G. Paredes, «Todo se vuelve transparente a su presencia, en la asamblea no hay primeros ni segundos puestos, rangos ni escalas, hombres y mujeres: el Señor nos ilumina a todos, está con todos nosotros».
Aquí puedes leer el artículo completo del misionero claretiano.
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