Via Crucis

Via Crucis

Hoy os recomendamos ‘Via Crucis’, de Conchita Barrecheguren, publicado en nuestra editorial Perpetuo Socorro. Es una síntesis de su experiencia espiritual. Recoge por escrito el fruto de su oración personal y la autora escribe aquello que vive.

Se trata de una espiritualidad de la redención: de los efectos salvíficos que se derivan de la cruz de Jesucristo. Dichos efectos le reclaman la identificación con el mismo Jesucristo y le conducen a tomar la decisión de seguir sus huellas bajo el peso de su propia cruz. En el recorrido hay dos elementos fundamentales: la compañía de la Santísima Virgen y la celebración cotidiana de la Eucaristía.

Así lo expone en las 14 estaciones tradicionales del Via Crucis:

La primera estación es de crecimiento humano y de autoaceptación personal.

La segunda es breve y se refiere al núcleo de la vida cristiana: el seguimiento a Jesús negándose a uno mismo para llevar la cruz con él.

En la tercera estación, Conchita explica su sentido de humildad: es identificación con el camino de kénosis de Cristo y el reflejo de una opción de vida elegida libremente por ella.

En la cuarta, Conchita se identifica con la Virgen. Atribuye a Santa María cosas que ella vive y que le sirven. Por eso quiere pasar desapercibida y no llamar la atención, no buscar reconocimientos personales ni prestigio.

En la quinta pone una extensa oración. Se trata de la estación donde Jesús cuenta con la ayuda de Cirineo y estamos ante un elemento central de la experiencia de Conchita: la Cruz.

La sexta estación y el personaje de Verónica le sirve para identificar su experiencia. Por ello se pregunta si es capaz de imitar a esta mujer. En palabras de Conchita: «es muy desgraciada la vida que no se emplea en el amor y servicio a Jesús».

CRECIMIENTO

En la séptima, descubrimos a Conchita implicada en su proceso de maduración personal. El crecimiento se produce a partir de los errores y para afrontarlos reclama corrección y perseverancia en la rectificación. Aquí, Conchita aparece libre de escrúpulos y rigideces espirituales para mostrarse comprometida y protagonista de su trayectoria humana y cristiana.

En la octava estación deja traslucir la sensatez al afrontar la enfermedad con un doble signo: su descentramiento a favor de los otros y su entereza que evita la tentación de inspirar compasión y manipular a los demás en su favor. Conchita logró hacer de la gravedad de su enfermedad una «metafísica del dolor», que no le anuló encerrándola en sí misma, sino que le permitió ir más allá de su persona y la conectó con quienes convivía y con el Señor.

En la novena, constatamos la espiritualidad cristocéntrica de Conchita, según explica F. Tejerizo, CSsR. Ella vive según el modelo de Cristo y trata de aprender del Señor.

La décima estación permite conocer la razón del modo de vida desprendido de Conchita: la identificación con el Señor.

En la undécima podemos ver la interpretación que hace Conchita de la cruz como escuela de vida: «¿Qué iba a hacer yo en el mundo sin cruz?».

La duodécima permite conocer los sentimientos con que Conchita se enfrenta a su propia muerte.

En la decimotercera estación, Conchita reflexiona sobre el papel de la Virgen María.

En la decimocuarta, aparece muy creativa: hace una interpretación de la sepultura del Señor plena de esperanza.

¡Aquí lo tienes!