¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

«¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Cor 16b). Este grito de San Pablo nace de una experiencia profunda de agradecimiento. Conocer a Jesús ha sido en su vida algo tan grande que no puede callarlo, necesita contarlo, darlo a conocer. Así lo asegura Ana Elguero en su artículo de nuestra revista Icono de este mes.

Pablo reconoce la responsabilidad que tiene en el anuncio del Evangelio: «Anunciar el Evangelio no es para mí ningún motivo de orgullo, sino una obligación ineludible» (1Cor 16). La obligación que nace, en palabras de Elguero, de haber recibido algo gratis y sentir que debe ofrecerlo con la misma gratitud.

Esta debería ser la experiencia de todo cristiano: sabernos poseedores de un don que nos ha sido regalado y experimentar la fuerza interior que nos invita a darlo a conocer. Y en esa responsabilidad por anunciar el Evangelio de Jesús, va implícita la responsabilidad  por el cuidado del prójimo y del planeta: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5).

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