La obsesión por el control de todo

La obsesión por el control de todo

«Entre mantener el control de todo y ser controlador hay un abismo de diferencia». Así lo asegura Ana Rodríguez, terapeuta de familia, en la sección ‘Para hacer camino’, de nuestra revista Icono de febrero. «Nuestro instinto de supervivencia nos exige mantener las situaciones bajo control porque no solemos tolerar bien la incertidumbre, pero otra cosa es pretender controlar todo, incluyendo a los demás y que acepten lo que les digamos».

Rodríguez destaca en su artículo que «el mundo es un lugar variable, a veces ocurren cosas inesperadas y no siempre sabemos cómo reaccionar de una manera acertada». Si supiéramos lo que va a ocurrir en cada momento podríamos adelantarnos y tener preparada nuestra reacción, pero como eso no es factible, lo que nos pasa es que desarrollamos una tendencia a «controlar» para sentirnos más seguros y nos creemos que así dominaremos la situación.  Pero no es así -asegura la terapeuta de familia-, la sensación de control es poderosa y nos puede aportar seguridad y bienestar, pero también puede acabar convirtiéndose en un arma de doble filo, porque acabaremos siendo víctimas de la obsesión manteniendo constantemente una vigilancia extrema sobre todo lo que nos rodea.

Esa sensación actúa como una poderosa droga y, como cada vez necesitaremos controlar más cosas, empezaremos a sentir angustia, malestar, e inseguridad buscando esa tranquilidad que creemos que da el control. Pero, en palabras de Ana Rodríguez, nunca conseguiremos el control absoluto, sino un estado de tensión elevado y más inseguridad, porque pretendemos algo imposible.

«No se puede controlar la vida, ni lo que hacen los demás, ni los fenómenos que ocurren a nuestro alrededor, ni los imprevistos que forman parte del día a día, y cuando lo intentamos estaremos luchando contra algo que no podremos detener. Y como el control agota, por toda la energía gastada, lo más fácil es que nos convirtamos en una fábrica de frustraciones y ansiedad importante».

Ana Rodríguez pone un ejemplo: «Podemos intentar controlar el clima y llevar un paraguas si creemos que va a llover, pero si las previsiones fallan y no llueve, ¿vamos a estar cargando con el paraguas todo el día? O en caso contrario, si no llevamos el paraguas y llueve… la persona controladora se sentirá mal y se enfadará por no haberlo previsto. En cambio, una persona «sana» cambiará la perspectiva buscando una alternativa: comprará un paraguas barato por la calle si empieza a llover, entrará en algún bar hasta que deje de llover mirando el móvil, irá por sitios cubiertos… en definitiva, puede llegar hasta disfrutar de la lluvia».

Según Rodríguez, una de las razones por las que nos volvemos controladores es  porque deseamos que todo sea perfecto y nada se nos escape (…). «Es bueno recordar que el ser perfeccionista es un tipo de perfección en sí, y cuanto antes renunciemos a la necesidad de ser perfectos, antes conseguiremos llevar una vida tranquila porque el perfeccionismo frena a las personas. Este tipo de enfermedad hará que nuestro sistema de alerta se vea totalmente alterado, haciendo que nuestros niveles de ansiedad se eleven de forma irremediable y toda esta presión puede acabar siendo expulsada mediante el temido ‘ataque de pánico’, entre otras cosas porque el nivel de ‘cortisol’ estará por las nubes».

CONSEJOS

Según la terapeuta de familia, «las personas controladoras tienen la manía de aconsejar a todo el mundo acerca de cada pequeña cosa y ese ‘buenísimo consejo’ no deja de ser una ‘orden disfrazada’, por lo cual deberían evitarse, especialmente si no nos lo piden. Es importante ser organizado, pero también lo es dejar un poco de espacio para el ‘cambio personal’ y aceptar los imprevistos, y a la gente que no piensa igual. Es necesario cambiar la rigidez por la flexibilidad y estar abierto a otras posibilidades».

En definitiva, Ana Rodríguez insiste en que «no se puede controlar la vida, ni a nosotros muchas veces -nuestra propia circulación de la sangre, los latidos del corazón, el funcionamiento de los pulmones…). No dejar que la vida fluya, que las cosas sucedan por sí mismas, frustrarse si no pasa todo lo que habíamos planificado con tiempo, imaginar en nuestra mente como queremos que sea esto o aquello, sin dejar nada a la improvisación, y pretender que los demás hagan las cosas como quisiéramos nosotros… y enfadarse si no lo hacen… esto se llama control».

No hay que confundir responsabilidad y disciplina con obsesión por querer controlar lo que tenemos alrededor y, sobre todo, cuando no depende de nosotros. Una vez que maduremos esta idea llegaremos a la aceptación de la vida y nos daremos cuenta de que el mundo sigue girando sin nosotros».

¿Qué podemos controlar?

El estado de ánimo, nuestros gustos, los que queramos comer, la convivencia en familia, las diversiones, el ocio, las actividades favoritas, los amigos… si los sabemos cuidar.

 

 

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