28 Ene Dios es misericordia
Dios es misericordia. Así titula Jesús Garmilla su artículo publicado en el último número de nuestra revista Icono de enero, en la sección ‘Para pensar’. «Es sabido que, desde que los seres humanos poblamos este planeta, nos hemos afanado por «definir» a Dios. No solo la Biblia está llena de intentos fallidos, también la teología, la literatura, la filosofía, todas las religiones, incluso el silencio buscador o indiferente de quienes prefieren no buscar nombre a alguien que ni existe ni les interesa».
«De Dios es mejor decir lo que no es que lo que es, decía más o menos Santo Tomás de Aquino -explica Garmilla-. Y con él muchos más. Pero es cierto que según concibamos a Dios, según «le nombremos», según «le definamos» en nuestra vida, ésta será una vida auténticamente cristiana o una vida cristiana adulterada, errática o descafeinada. No es inocente nombrar a Dios, es decir, experimentarlo, concebirlo, vivirlo, de un modo un otro. La retahíla de imágenes sobre Dios es más significativa y decisiva de lo que a veces pensamos. Porque como «sea» Dios para mí, intentaré yo «ser» para Él y ante Él.
En palabras de Garmilla, «Mi incono de Dios es el icono de mi modo de vivir mi vida cristiana. Lo que sea para mí, seré yo para los demás. Por eso «el nombre» es tan importante en el caldo de cultivo bíblico. Y por eso el proceso constante de mi purificación del nombre de Dios es clave en mi vida cristiana, es decir, en mi modo de entender y vivir la vida. El padre es ‘rico en misericordia’ (Ef 2,4).
LA MISERICORDIA SE NOS RESISTE
Según el autor del artículo, «la misericordia se nos resiste ‘porque es Dios’, y nuestro código genético se defiende de asumir un Dios ‘así’, un Dios bueno. ‘¿Por qué me llamas bueno?, solo Dios es bueno’, rectificaba Jesús al joven del camino, dicen que rico. ‘Ser como Dios’ o ‘vivir como Dios’ o ‘estar como Dios’, en el argot popular, no siempre exento de maledicencia y falta de respeto, fue el anzuelo con el cebo envenenado que lanzó el Maligno a ‘nuestros primeros padres’, es decir, a lo más vertebral e íntimo de los seres humanos: ‘Seréis como dioses’. Sí, todos queremos ser Dios, descifrar a Dios para manipularlo y ponerlo a nuestro servicio».
(…) El hombre y la mujer del Antiguo Testamento, según Garmilla, tardaron siglos en descubrir, o en aceptar, o en convencerse, de que Dios es amor, de que es «lento a la ira y rico en piedad y misericordia». Se resistían en «tener» un Dios que pudiera parecer débil, frágil, condescendiente, complaciente.
¿POR QUÉ DIOS ES BUENO (MISERICORDIOSO)?
Hace unos años -escribe Jesús Garmilla-, un filósofo inglés, Christopher Hitchens, escribió un libro con un título blasfemo: «Dios no es bueno (2008), aunque el contenido no se corresponda del todo con el título. Pero es un título devastador. ¿Se puede «decir» algo peor de Dios? Se trata, en palabras del autor del artículo, de una blasfemia (literalmente, «hablar mal de alguien, o de Dios) más contundente que las que oímos frecuentemente en bares, tabernas o tertulias de amiguetes. Pero, aunque escandalosa, si lo pensamos bien, es la contrapartida de algo muy frecuente entre los cristianos: no estamos tan convencidos de que Dios sea bueno, de que sea misericordioso. Es el ‘abc’ de nuestra fe, del Catecismo, pero no acaba de convencernos, tal vez porque sabemos que somos nosotros ‘los que no somos buenos’; tal vez porque la bondad, la misericordia, se nos antojan excesivamente arduas».
«Tampoco acabamos de creernos -asegura Garmilla- que Dios nos ama. En este caso, quizás, porque no nos amamos lo suficientemente a nosotros mismos, o tenemos dudas de que alguien pueda amarnos, o no estamos tan seguros de que, efectivamente, amemos a alguien».
(…) «No es fácil la misericordia, porque es troncal; es el tronco añoso de nuestra fe, la columna vertebral, la piedra angular, la clave de bóveda. Lo demás son las ramas, el follaje, fáciles de manipular, moldear, podar incluso. El tronco de nuestra fe es tan robusto como el mismo Dios y su Hijo Jesucristo, por eso ‘se nos resiste’ la misericordia, no podemos arrancarla como hacemos con las leyes y las costumbres, con las ideas. La misericordia, tronco robusto de nuestra vida y nuestra fe, nos atrae pero nos supera, nos encandila pero nos pone en jaque, la predicamos, pero somos reacios a ponerla en práctica. La misericordia es incómoda, ingrata, sacudidora. Y es así porque no es negociable no es opcional no es aleatoria, no es una ocurrencia del Papa Francisco, ni un nombre más que poner a Dios para tenerlo de nuestra parte».
Y añade: «La misericordia es sí o sí. No admite cambalaches, contubernios, pactos o descafeinamientos; la misericordia no es fruto de un momento cultural histórico concreto: no es de nuestro siglo, pero tampoco lo fue de los largos siglos veterotestamentarios ni es fruto de los grandes concilios del primer milenio, ni de Trento, ni del Vaticano II. No es de izquierdas ni derechas, no es de progresistas o conservadores. La misericordia no puede matizarse, sutilizarse , no pueden disminuirse sus decibelios ni quitarle peso ni densidad. Porque la misericordia es densa, definitiva, y por eso es ardua, compleja, difícil».
Solo desde Dios podemos «alcanzar misericordia» y, sobre todo, «ser misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36).
SIEMPRE, LA CONVERSIÓN
La misericordia es «cosa de conversión». Convertirse a Dios, según Jesús Garmilla, es convertirse a su misericordia, porque Dios es misericordia. «Pero la conversión no es cosa mía. Todos lo sabemos: la conv8ersión o es solo para cuaresma, o quizás para adviento; es un proceso gradual de sube y baja, con meandros constantes, con alegrías y tristezas, con fidelidades e infidelidades, con etapas y temporadas frías, tibias o cálidas. Supone mi apertura interior a la obra de Dios. Porque es también, o tal vez, sobre todo, «cosa de Dios».
«Dios nos convierte, nos revierte hacia Él, si nosotros lo dejamos. Dios es elegante: siempre respeta nuestras opciones, nuestra libertad responsable, incluso nuestro pecado . Pero siempre está a la espera, y siempre nos invita a salir de la diversión, de la divergencia, para transitar libremente hacia la conversión, hacia la convergencia».
VOLVER A JESÚS, DESDE NUESTRA COMUNIDAD
La misericordia no se vive en solitario, como ocurre con todo en nuestra vida cristiana. «La misericordia se contempla, se ora, se ejercita y se transmite, en el seno de la comunidad». Según Garmilla, el rostro de la comunidad debe ser un rostro misericordioso, nuestras comunidades deben ser cada vez más parecidas a Jesús, estar más en consonancia con el Evangelio. «No podemos continuar siendo grupos elitistas, o grupos cerrados, o tener sentimientos, puristas, de gente privilegiada y moralmente intachable. Nuestras comunidades deben percibirse y experimentarse pecadoras, para desde esa experiencia sincera y realista, emprender caminos de misericordia con los demás, con la gente que aún se confiesa cristiana, aunque sea de una manera puramente formal y sociológica, y con la gente que abiertamente ha abdicado de la fe cristiana».
Y subraya: «Sin olvidar a tantos jóvenes que siguen buscando, sin saber muy bien qué o a quién: ‘los humanos somos enfermos crónicos de sentido’, decía Mardones. O a quienes sencillamente, no sienten la necesidad de buscar o han renunciado a hacerlo, pero tampoco están cerrados a ‘nuevos caminos de trascendencia’, a nuevas reformulaciones de la fe» (Martín Velasco).
Jesús Garmilla concluye: «Una comunidad que acoge sin preguntar nada, que recibe sin pedir nada a cambio, que tiene abiertas las puertas físicas y humanas de los templos. Una comunidad que ha superado el supermercado burocrático de los papeles, partidas, autorizaciones y exigencias sin contenido, porque distingue lo central e irrenunciable de la fe, de lo que es accesorio o histórico. Una comunidad que no es intransigente, que no es dura ni rígida, sin caer o deambular en el limbo del ‘todo vale’ o ‘todo está permitido'».
«Una comunidad que muestra el verdadero rostro de Dios desde el verdadero rostro del Evangelio del Hijo. Solo así, con la fuerza y el aliento del Espíritu, seremos comunidades misioneras centradas ‘en y desde’ la misericordia. La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona» (MV, 12).