20 Dic El sentido de nuestra esperanza
Nos acercamos a este relato de Lucas, donde la salvación de Dios llega desde un lugar y una persona desconocida. No viene del templo o desde las grandes instituciones reconocidas por el pueblo de Israel. La salvación viene de Dios por la fuerza del Espíritu en una persona de carne y hueso llamada María. Una joven sencilla, de una aldea humilde, de un origen humilde que está prometida con José. Dios necesita una medicación y elige lo apartado, lo desconocido, lo invisible a los ojos de los que esperan solo honores, fuerza y grandeza.
Los creyentes -todavía hoy- miramos a las grandes instituciones y estructuras, esperando que de ellas venga la salvación, las respuestas, lo que necesitamos. Sin embargo, se nos olvida que la salvación camina por reeducar la mirada o, simplemente, por mirar hacia otro lugar y de otra forma. Solo mirando como Dios miró a María encontraremos nuestro sitio, nuestro modo de ser Iglesia en este siglo XXI. Quizá la pandemia nos esté indicando que habíamos invisibilizado a gran parte de nuestra población, a nuestros mayores. Quizá sea necesario volver a mirarlos y hacerlo con cariño, porque ellos sin decir nada, ya son respuesta de amor, de entrega, de confianza…
Encontramos en este relato de Lucas que toda la obra creadora de Dios es realizada por el Espíritu, que es la fuerza y el poder de Dios. El Espíritu presente en la Creación del mundo, en el Génesis, ese Espíritu está nuevamente presente en esta re-creación. Y este Espíritu y este Dios están necesitados del Sí de una mujer, del querer de una mujer.
Quizá hemos acentuado con demasiada frecuencia atributos divinos como todopoderoso, omnipotente, fuerte… y se nos ha olvidado que Dios necesitó de la voluntad de los sencillos, de los humildes de este mundo, de María. Nuestro Dios elige habitar y crear en lo no poderoso, en lo no fuerte a los ojos de todos, es decir, en la fragilidad de una joven. Quizá también nosotros debiéramos revisar nuestros planes en esta clave. Quizá sería bueno y oportuno que esos proyectos pasaran por contar con la mujer dentro y fuera de la Iglesia de otra forma. Dios necesitó de ella, el Espíritu actuó en ella… Quizá en la mujer encontremos también otras respuestas o, mejor aún, otras preguntas.
Dios hace posible aquello que pide. Ante la perplejidad de María el ángel muestra la posibilidad de Dios cuando hay un corazón dispuesto y abierto. Para Dios nada hay imposible.
A veces, miramos atrás, a lo sabido, a lo andado para sentirnos seguros y la novedad, el cambio nos da miedo. Adentrarnos en otros derroteros requiere confianza, fe y asumir que nos excede. Acoger lo que Dios quiere de nosotros, muchas veces, sobrepasa nuestro entendimiento, nuestra razón e incluso nuestra capacidad de amor y de entrega. Pero no lo confiemos todo a nuestra fuerza. Dios en sus planes cuenta con nosotros, con nuestras capacidades, y por supuesto conoce bien nuestro límite. Reconocer qué somos y cómo somos nos ayudará a pronunciar un sí, parecido al de María, donde se sabe poco, pero se intuye que lo de Dios es otra cosa. Quizá Dios no necesita tanto nuestra fuerza sino nuestra vulnerabilidad.
Quizá esta Navidad de mascarillas y distancias sea un tiempo propicio para recordarnos que las cosas pueden ser de otra manera, que necesitamos renovar discursos y lenguajes, para adentrarnos en el camino del amor y de la ternura que Dios inauguró en María.
Francisco Javier Caballero Ávila, CSsR