15 Mar DOMINGO 3º DE CUARESMA
Éxodo 17, 3-7.
En aquellos días, el pueblo, sediento, murmuró contra Moisés, diciendo: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?»
Clamó Moisés al Señor y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Por poco me apedrean».
Respondió el Señor a Moisés: «Pasa al frente del pueblo y toma contigo algunos de los ancianos de Israel; empuña el bastón con el que golpeaste el Nilo y marcha. Yo estaré allí ante ti, junto a la roca del Horeb. Golpea la roca, y saldrá agua para que beba el pueblo».
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y llamó a aquel lugar Masá y Meribá, a causa de la querella de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:
«¿Está el Señor entre nosotros o no?»
Salmo 94.
OJALÁ ESCUCHÉIS HOY LA VOZ DEL SEÑOR:
«NO ENDUREZCÁIS VUESTRO CORAZÓN».
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras».
Romanos 5, 1-2. 5-8.
Hermanos: Habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por él cual hemos obtenido por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando todavía estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
Juan 4, 5-42.
En aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber».
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús Le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».
Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre desea que lo así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad».
La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».
Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo».
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».
YO SOY EL AGUA VIVA
A partir del tercer domingo de Cuaresma, y desde los primeros siglos de la Iglesia, las comunidades cristianas se preparan activamente al misterio pascual, lo mismo los catecúmenos con un tiempo intensivo de iluminación para recibir el Bautismo, como los fieles con su renovación bautismal y las obras de penitencia (austeridad-solidaridad). Cada domingo recibimos un texto de San Juan con una afirmación sobre Jesús: “Agua viva”, ”Luz del mundo”, Resurrección y Vida”: catequesis espléndidas para revitalizar los dones que recibimos en el Bautismo.
El encuentro de Jesús con la Samaritana está situado en la primera sección del Libro de los Signos. La Samaritana es la personalización de la región de Samaría, evangelizada desde Jerusalén por el grupo de los helenistas, cuya misión podemos leer en el Libro de los Hechos, capítulos 6 al 12.
Todo sucede junto al pozo de Jacob, en las inmediaciones de la actual Nablus, y en el viaje de vuelta del Señor a Galilea. El encuentro de Jesús con aquella mujer impura y natural de un pueblo despreciable para los judíos, supone la superación de todas las barreras, no sólo las existentes entre judíos y samaritanos, sino también las que separaban a hombres y mujeres.
El diálogo discurre por el “agua viva” capaz de apagar toda sed humana, y por el verdadero culto a Dios en espíritu y verdad, que no necesita templos. La escena se enriquece con la llegada de los discípulos y el encuentro con la comunidad de los samaritanos. Impresiona la densidad catequética de este capítulo. Lo central es el descubrimiento de Jesús; su identidad se desvela progresivamente a través de la experiencia personal, hasta llegar a la confesión plena de fe de los personajes que aparecen en escena.