Icono significa imagen. Todos podemos ser imagen de algo o, mejor, de alguien. Dios nos hizo a su imagen (Gn 1,26-27). Los iconos son una manera de expresar y transmitir la Vida de Dios en nosotros dentro de la comunidad eclesial.
Ser imagen de Dios es llevar vivo el misterio de lo trascendente en la propia persona. San Pablo dijo que Cristo es el Icono de Dios. Es decir, Cristo es la viva presencia del Dios invisible (2Cor 4,4). Como Cristo vivió, sirvió y amó, así mismo es Dios. Y el creyente cristiano está llamado a llevar viva en su persona la imagen de Cristo para que el mundo crea y tenga vida verdadera. El Apóstol lo pudo proclamar: Es Cristo quien vive en mí. Todos podemos ser verdaderos iconos, imágenes no físicas sino espirituales de Dios viviendo como Jesús. Y como los colores dan matices y expresividad, Dios nos da sus carismas, a cada uno distintos, para que seamos iconos expresivos y ricos en matices para mostrar la Belleza de Dios. Los colores y letras de los iconos significan algún matiz concreto de la fe. En Cristo se dejó ver en toda su Grandeza y Amor misericordioso. Y eso ha de continuar en nosotros: para eso nos dejó el vigor de su espíritu.
Los iconos son, por tanto, la expresión de la belleza y maravilla de la fe cristiana. Todo el mundo entiende el lenguaje del amor: los iconos son el lenguaje continuado del amor de Dios: Tratan de reproducir las propuestas de amor que Dios ofrece al hombre, tal como las captaron los primeros testigos de Jesucristo y tal como las vivían las primeras comunidades cristianas. A los judíos les estaba prohibido hacer imágenes de Dios, porque sería rebajar al Dios soberano. Pero Dios mismo se rebajó, se vació de sí mismo y asumió nuestra humanidad. Y en Cristo mostró toda su Belleza.
Los iconos son, pues, vivencias de fe, representadas en pintura sobre tabla generalmente, con una técnica y unos cánones precisos. Por así decir, no se puede inventar iconos, porque son el cofre donde se contiene bien guardada la fe de la Iglesia desde el principio, y la fe no se inventa. El iconógrafo es una persona que celebra su fe en la comunidad y, con su arte, plasma esa Vida en tablas, que la Iglesia acepta como expresión genuina del evangelio. A veces los iconos no son artísticos desde el punto de vista técnico, pero siempre contienen aquello que celebra el Pueblo de Dios, son la confesión de la fe de la Iglesia en Cristo, en María, los santos, o en los misterios bíblicos que han de transformar la vida del creyente. Y también hay iconos que son cumbres de arte y de teología. Pero los iconos no son para verlos en una pared de iglesia o museo, sino elementos de la liturgia que transmiten las esencias de la Vida de Jesús. Son para entrar en contemplación de las honduras de Dios.
No son viñetas que ilustren la doctrina, sino luz brillante que permite contemplar la Vida Eterna para provocar la sed de lo divino.
A través de ellos, como por una ventana, te asomas al cielo sin alejarte de la tierra. El fondo dorado que los caracteriza es la luz divina de donde emerge el misterio sacro que se te ofrece para alimento de tu caminar. Como Cristo hablaba para las gentes sencillas, el icono es un lenguaje sencillo sobre contenidos divinos que todos pueden vivir. Basta pararse ante el icono, callar, escuchar y aprender. Con ellos se celebra la fe en medio de la comunidad porque son como esquemas catequéticos con los que se proclama y se vive la fe. Son algo así como los dogmas de la fe: contenidos de fe firmes que la comunidad celebra. Por eso los iconos están al servicio de la celebración y son patrimonio de la Iglesia cuando han sido aceptados por la misma. Los iconos son algo sacro y significan lo santo. El pueblo los lleva a casa, a sus viajes, como continuación de esa fe celebrada en comunidad de forma solemne. Pero no son la piedad o la devoción exclusivista, sino la fe continuada.
Como queda dicho, los iconos surgen de la celebración de la fe en la Liturgia. No son fruto de la fantasía creativa de un artista. Siguen unos cánones que nacen de la fe. Y por lo mismo, los iconos son también la experiencia de la fe de la Iglesia. A través de ellos, el fiel se adentra en la experiencia evangélica que el iconógrafo ha vivido. Este ha de ser una persona de auténtica experiencia de Dios que plasmará en pintura el misterio que le envuelve. Los iconos envuelven en su luz santa a quien los contempla, a quien canta, a quien ora, a quien celebra al Resucitado. Y como la lectura repetida del evangelio, un icono contemplado en las celebraciones logra que el fiel se adentre en la comprensión vivencial del Misterio: son inagotables porque en ellos radican las resonancias del Espíritu cristiano de la comunidad. Nunca se firman, son propiedad del servicio de la fe.
Esto nos lleva a afirmar que el icono es algo eclesial, comunitario y nos introduce en la comprensión de la comunión de los santos: la luz que un fiel percibe es de todos y da vida a todos.
El iconógrafo es el que escribe iconos: se leen y se (ad)miran, y mientras prepara las tablas con atención y delicadeza, sin prisas, intuyendo de qué van a ser portadoras, pasa varias horas en oración contemplando el misterio antes de tomar los pinceles cada día. Y no tiene nunca un modelo a reproducir: sólo la luz de su vivencia. Los iconos ofrecen la Acción de Cristo, María, los Santos, (mejor o peor pintadas) que transmiten un programa de vida para el creyente sin caer en sentimentalismos estériles. Los iconos no son bonitos ni feos, como Jesucristo, que no es ni bonito ni feo sino el salvador portador del vivir de Dios. Son siempre bellos, a pesar de sus rasgos a veces duros, porque la vida de Dios es la Belleza que el Pueblo de Dios tiene como herencia incomparable. Son la Sabiduría de Dios: ni se le comparan las joyas.
Esta expresividad de la fe en rasgos pictóricos es lo que llamamos la Belleza de la Comunidad creyente. Esta no consiste en el mayor o menor grado artístico sino en la capacidad comunicativa e iluminadora de esos rasgos que trascienden todo y te introducen en el mensaje del icono. Desde estas realidades nace, se alimenta y crece la Belleza de cada Iglesia: de la vivencia expresada y contemplada nace el brillo de la fe de cada Iglesia; el pueblo de Dios adquiere rasgos propios de belleza espiritual que poco a poco embellecen la Iglesia universal. Así, el amor a la Madre de Jesús como corredentora surge de la contemplación de los preciosos iconos de María que guardan como un tesoro las intuiciones marianas de los grandes iconógrafos de María. En este sentido, los iconos son como el evangelio de la Iglesia oriental.
Los iconos son un remanso para la paz. Hallarte ante un icono es hallarte en presencia de lo celeste como invitado a participar totalmente; es contemplar una belleza que es para ti. Ante el icono no puedes sentirte ajeno: La paz serena de los personajes se te contagia, y sin violencia te ves envuelto en el mensaje que el cielo te propone para vivir tu vida. La Paz interior te llena y sin esfuerzo entras en la oración: Tu espíritu sintoniza con el mensaje; callas, escuchas, contemplas y te encuentras con la Verdad. Te olvidas de pedir y todo se te da. Es preciso conocer algo el lenguaje icónico: los iconos son palabras vivas. Pero no hace falta ser un experto, como lo muestra la experiencia del pueblo cristiano oriental. Basta estar disponible para ver, leer y escuchar interiormente, y el icono contemplado te implica cada vez a más. Es como una voz del Espíritu que te instruye y te transforma.
La oración ante los iconos no requiere especiales espacios. Cualquier rinconcito es válido en tu casa o en la naturaleza. Es costumbre colocar unas velitas delante, alguna flor o planta pequeña, que te ayuden a centrarte en el misterio. Pero sí es totalmente necesario el silencio ambiental y la ausencia de prisas. Te basta leer el pasaje evangélico evocado por el icono y dejar que todo resuene dentro de ti: Eres un invitado y todo el misterio es para ti. Pero eres un invitado del cielo. Para no perder esta paz los fieles tenían los iconos en sus casas y los llevaban consigo en los viajes, para hacer su oración al caer la tarde a antes de amanecer. Los iconos eran la elegancia del hogar y los fieles compañeros de viaje. Por eso el tamaño de los iconos es muy variado, para poder trasportarlos con más facilidad.