04 Jun MUJER, NO LLORES.
DOMINGO, 5 DE JUNIO Décimo del Tiempo Ordinario
1 Reyes 17, 17-24.
En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la dueña de la casa; su mal fue agravándose hasta el punto de que no le quedaba ya aliento. Entonces la viuda dijo a Elías:
«¿Qué hay entre tú y yo, hombre de Dios? ¡Has venido a recordarme mis faltas y a causar la muerte de mi hijo!»
Elías respondió: «Entrégame a tu hijo».
Lo tomó de su regazo, lo subió a la habitación de arriba donde él vivía, y lo acostó en su lecho. Luego clamó al Señor, diciendo:
«Señor, Dios mío, ¿vas a hacer mal a la viuda que me hospeda, causando la muerte de su hijo?»
Luego se tendió tres veces sobre el niño, y gritó al Señor:
«Señor, Dios mío, que el alma de este niño vuelva a su cuerpo».
El Señor escuchó el grito de Elías y el alma del niño volvió a su cuerpo y el niño volvió a la vida. Tomó Elías al niño, lo bajó de la habitación de arriba al interior de la casa y se lo entregó a su madre, diciendo:
«Mira, tu hijo está vivo».
La mujer dijo a Elías:
«Ahora sé que eres un hombre de Dios, y que la palabra del Señor está de verdad en tu boca».
Palabra de Dios.
Salmo 29.
TE ENSALZARÉ, SEÑOR, PORQUE ME HAS LIBRADO.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
Celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
Gálatas 1, 11-19.
Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.
Porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados.
Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí, para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco.
Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días con él. De los otros apóstoles no vi a ninguno, sino a Santiago, el hermano del Señor.
Palabra de Dios.
Lucas 7, 11-17.
En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:
«No llores».
Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo:
«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».
Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.
Palabra del Señor.
MUJER, NO LLORES.
Volvemos de nuevo al evangelio de san Lucas. El Señor llega a Naín con sus discípulos y se encuentra con una comitiva fúnebre; el dolor de una madre viuda junto al féretro de su hijo conmueve profundamente a Jesús.
Jesús, siempre sensible al sufrimiento, acoge la soledad dramática de la viuda, su pena y el futuro durísimo que le espera tras la muerte de su hijo. El Señor se acerca a la mujer y con expresión llena de ternura le dice: “Mujer no llores”. Seguidamente toca el ataúd: “Muchacho levántate”. El muerto se incorpora y Jesús se lo entrega a su madre”. Lucas concluye la narración con el gozo de la madre y su hijo, y el entusiasmo de las gentes.
En nuestra vida todos hemos experimentado el sufrimiento. No pensemos que Dios nos ha dado la existencia para padecer. Dios nos quiere feli ces. Y reclama nuestro compromiso para que juntos contribuyamos a eliminar todas las cruces del mundo.
En tiempos de crisis, como la que ahora nos azota, sufrimos la tragedia del paro, los desahucios, los problemas económicos, familiares, depresión, suicidios… formas actuales del sufrimiento más brutal, mientras la corrupción es moneda de cambio entre los especuladores.
Jesús no es indiferente a estas realidades sangrantes; no mira para otra parte; pide soluciones. Dios nos ha entregado los recursos del mundo, para que los distribuyamos solidariamente. Nos lo decía el domingo pasado: “Dadles vosotros de comer”. Recuperemos en la Iglesia la compasión como propia de los discípulos de Jesús. Si el sufrimiento es inaceptable para Dios, su sensibilidad compasiva es nuestro distintivo como cristianos.
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