20 Mar «Me conocerán»
Lectura del profeta Jeremías (31,31-34):
Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor–. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor.» Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.
R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.» Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
[box] TODOS ME CONOCERÁN
Las palabras que Jeremías dedica a la nueva Alianza que Dios hace con su pueblo son preciosas: “meteré mi ley en su pecho y la escribiré en sus corazones”, ahora será imposible que la olvidemos y que dejemos de escucharla, llevamos a Dios muy dentro de nosotros. Sigue Dios diciendo: “y no tendrá nadie que enseñar a su prójimo a reconocer a Dios, TODOS ME CONOCERÁN cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados. La “complicidad” de Dios nos estimula a hacer el bien y nos salva. Dios se porta aquí como el hermano mayor que repara lo que rompió el menor y le evita el castigo y le guiña el ojo mientras explica a sus padres lo que pasó. Dios da la cara por nosotros. Dios perdona y olvida, aparta su mirada del mal que hacemos, no reprocha, no encasilla, no limita… es el Dios de la puerta abierta, de la mano tendida, de las nuevas oportunidades… ¿a que merece la pena cambiar de actitud, entrar por la puerta y agarrar esa mano generosa y cómplice?
Las palabras del salmo 50 expresan como pocas la alegría y regeneración que nacen del perdón divino. Su misericordia nos hace renacer, nos hace volver a una vida nueva. “Crea en mí, oh Dios un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”. Avanzar en años y canas supone también darse cuenta del barro que somos, de nuestras durezas de corazón, de la fragilidad de nuestra voluntad, de nuestra capacidad de herir a otros… con nuestras palabras y actitudes o con la ausencia de ellas… Por eso necesitamos pedir a Dios “renuévame” y sentir y creer que es posible. Sí para él, sí con su ayuda. No nosotros solos, no sin “refuerzos”, ese “espíritu firme” que pedimos en el salmo. Lo necesitamos verdaderamente y lo hemos de pedir con humildad.
Juan nos sobrecoge una vez más con este pasaje en el que Jesús compara su vida a la de una semilla: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna”. Otra gran contradicción que habla una gran verdad. Igual que las semillas han de morir, hundirse en la tierra y pudrirse para germinar y generar nueva vida; los que creen en Dios “mueren a sí mismos”, entregan su vida a amar a los demás, se van hundiendo en la tierra mientras hacen del servicio al prójimo su emblema, y pudren a fin de generar una realidad nueva y viva. Amarse a sí mismo, vivir encerrado en los propios intereses y ciego a los hermanos, es cerrarse a dar nueva vida y a alumbrar la vida de otros. Por eso, quien se ama a sí mismo y sólo a sí mismo se pierde, el corazón se le encoje y se consume, no despliega toda su fuerza y vitalidad. En cambio el corazón/semilla que late por otros, que se siembra y palpita en muchos lugares, que siente con muchas personas, ése se romperá desgastado y hará que otros muchos corazones quieran latir con esa fuerza, que otras muchas semillas sean sembradas con esa esperanza de seguir dando vida al morir. Morir en cristiano es dar vida, es entregarse.