15 Mar Por su Gracia
Lectura del segundo libro de las Crónicas
En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia:
«El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!»»
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia:
«El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!»»
Salmo 136
R/.Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti
Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.
R/.Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión.»
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión.»
R/.¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha.
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha.
R/.Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías. R/.
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.
Lectura del santo evangelio según san Juan
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
[box]Por su gracia, no por la nuestra
El cuarto domingo de Cuaresma, al igual que el tercero de Adviento, es denominado “domingo de la alegría”. ¿Y qué alegría celebramos? Pues la alegría de su salvación y de su amor. La alegría que hoy oiremos en su Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Es la alegría que nace de la fe, del ser creyentes y sobre todo de saber que nuestra plenitud o salvación no depende de nuestras buenas obras o justicia, sino de Dios.
El libro segundo de las Crónicas hace un relato simpático de la situación: “Los jefes del pueblo multiplicaron sus infidelidades… y Dios les envió mensajeros, pero se burlaron de ellos”. Hay una lucha constante de Dios por ofrecer oportunidades y perdonar, a pesar de las burlas del pueblo. La paciencia de Dios es nuestra salvación, como dice la Escritura en otro lugar. Su paciencia y su fidelidad son las que nos salvan. Su presencia y su gracia es como una catarata imparable que se derrama aunque intentemos contenerla, sería imposible.
El libro segundo de las Crónicas hace un relato simpático de la situación: “Los jefes del pueblo multiplicaron sus infidelidades… y Dios les envió mensajeros, pero se burlaron de ellos”. Hay una lucha constante de Dios por ofrecer oportunidades y perdonar, a pesar de las burlas del pueblo. La paciencia de Dios es nuestra salvación, como dice la Escritura en otro lugar. Su paciencia y su fidelidad son las que nos salvan. Su presencia y su gracia es como una catarata imparable que se derrama aunque intentemos contenerla, sería imposible.
¿Qué hacer para experimentar y gozar de su salvación? “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti”. Eso nos dice el salmo 136 que hoy rezamos. El recuerdo, el tener presente a Dios en nuestra vida, nos ayuda a experimentar su salvación, a disfrutar de ella. Y es algo lógico. Sólo podremos disfrutar del mensaje de Dios si lo oímos, al igual que sólo podremos disfrutar de una salida del sol si madrugamos para verla.
Efesios nos dice hoy: “Estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir”. En las cosas de fe no se puede presumir, nadie puede enorgullercerse, porque hacerlo, sería perder el estado de “gracia”, de ser grato a los ojos de Dios. Y es que Dios se fía poco de los muy seguros de sí mismos, de los que ya creen saberlo todo y hacerlo todo bien. ¿Qué clase de creyente es alguien que confía más en sí mismo que en Dios? Y a veces nos pasa. Y se nos olvida que si algo tenemos, a Dios se lo debemos. La gracia al igual que la humildad son un estado que ven mejor los demás en ti, que tú mismo, de hecho nadie humilde puede descubrirse humilde y mucho menos presumir de ello, perdería en ese mismo instante la humildad. Es como ser gracioso, nada resulta menos gracioso que alguien que ya se lo cree y que impone a los demás sus gracias.
La salvación y la gracia de Dios no se impone, se recibe, se cuida, se alimenta… y se comparte. Tanto amó Dios al mundo… que nos dio a Jesús, y nos lo dio humilde, para confundir a los que esperaban una salvación y una historia violenta y estruendosa. Dios pasó por este mundo de puntillas, sin hacer mucho ruido, sin muchos redobles de tambor ni halajas, para que le escuche sólo el que quiere escucharle, el que le busca, el que tiene sed de Él, de su salvación y su gracia. Dios se la da gratis a los que lo escuchan y lo recuerdan.
Efesios nos dice hoy: “Estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir”. En las cosas de fe no se puede presumir, nadie puede enorgullercerse, porque hacerlo, sería perder el estado de “gracia”, de ser grato a los ojos de Dios. Y es que Dios se fía poco de los muy seguros de sí mismos, de los que ya creen saberlo todo y hacerlo todo bien. ¿Qué clase de creyente es alguien que confía más en sí mismo que en Dios? Y a veces nos pasa. Y se nos olvida que si algo tenemos, a Dios se lo debemos. La gracia al igual que la humildad son un estado que ven mejor los demás en ti, que tú mismo, de hecho nadie humilde puede descubrirse humilde y mucho menos presumir de ello, perdería en ese mismo instante la humildad. Es como ser gracioso, nada resulta menos gracioso que alguien que ya se lo cree y que impone a los demás sus gracias.
La salvación y la gracia de Dios no se impone, se recibe, se cuida, se alimenta… y se comparte. Tanto amó Dios al mundo… que nos dio a Jesús, y nos lo dio humilde, para confundir a los que esperaban una salvación y una historia violenta y estruendosa. Dios pasó por este mundo de puntillas, sin hacer mucho ruido, sin muchos redobles de tambor ni halajas, para que le escuche sólo el que quiere escucharle, el que le busca, el que tiene sed de Él, de su salvación y su gracia. Dios se la da gratis a los que lo escuchan y lo recuerdan.
Víctor Chacón Huertas, CSsR [/box]