07 Oct La Palabra. Domingo 7 Octubre 2012
Domingo XXVII del T. Ordinario
Ciclo B – 7 de octubre de 2012
Génesis 2, 18-24
El Señor Dios se dijo:
– «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude.»
Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera.
Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase.
Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne.
Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre.
El hombre dijo:
– «¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!
Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre.
Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.»
Sal 127, 1-2.3. 4-5. 6
R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R.
Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R.
Que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel! R.
Hebreos 2, 9-11
Hermanos:
Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte.
Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos.
Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al gula de su salvación.
El santificador y los santificados proceden todos del mismo.
Por eso no se avengüenza de llamarlos hermanos.
Marcos 10, 2-16
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba:
– «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó:
– «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron:
– «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo:
-«Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne». De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
– «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
– «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
El rostro evidente de Dios
Víctor Chacón Huertas, CSsR
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No hace mucho, al final de la celebración de un matrimonio, un compañero expresó a los novios su sincera y sana envidia. Para ellos iba a ser muy fácil adivinar el rostro del prójimo en quien amar y reconocer a Dios (en su pareja), los religiosos y sacerdotes lo tenemos un poco más difícil –confesaba este amigo- nosotros, tratando de amar como Cristo, no privilegiamos ningún rostro para reconocer a Dios. Buscamos hacer sentir ese amor universal de Dios, libre y gratuito a cada hombre y mujer, especialmente a aquellos menos amados.
Y si bonita es la vocación sacerdotal, no lo es menos la matrimonial. Ya el concilio Vaticano II reconoció en ella una vía segura para la santidad –sin martirio- de los creyentes (GS 48). Ante esta belleza que nace del misterio humano nos sitúan las lecturas de este domingo. El relato simbólico de génesis 2 nos sitúa ante Dios creador que se dijo a sí mismo: “No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude”. Y a pesar de crear muy diferentes y hermosos animales, ninguno llenaba al hombre. Nos dice el texto bíblico en su lengua original que sentía el hombre una profunda insatisfacción (kenegdó), un vacío, “le faltaba algo” como solemos decir. Pues claro que le faltaba algo, ¡su otra mitad! Algunos biblistas leen en este pasaje que, lo que Dios tomó del hombre, no fue una sola costilla sino todo el costado. “Amasó” la otra mitad de ser humano que quedaba por hacer, completó su obra maestra. Y hasta ese momento no podemos decir que estuviese completada la creación. Con razón expresa Adán con alegría: “¡esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”. Es semejante a él, es una verdadera pareja.
En el simbolismo del relato –preñado de sentido- adivinamos tres enseñanzas básicas: 1. Somos diferentes, esto se entiende desde la separación de la creación en dos momentos distintos. 2. Somos complementarios, nos necesitamos mutuamente. Somos seres precarios y necesitados de relación, de amor, de amistad… de lo contrario vagaremos errantes como adanes y evas insatisfechos. Nuestras relaciones son don de Dios, regalo suyo. 3. Poseemos igual dignidad y valor para Dios. Hechos de la “misma materia” (hueso y carne), amasados por el mismo Dios, queridos, amados y soñados igualmente por el Señor de la Vida.
Se nota que los fariseos que describe Marcos no conocían todo esto. Preguntan a Jesús para ponerlo a prueba sobre la posibilidad de divorciarse. Aunque lo que en realidad buscaban era la legitimidad para abandonar a sus mujeres cuando quisieran. Se atienen a la ley, no al amor. La respuesta de Jesús no se hizo esperar: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto”. Sois tan cabezones –les vino a decir- que os casáis por amor propio, no por amor a la otra persona. No buscáis entregaros a ella sino aprovecharos de ella y cuando ya no os sirva, repudiarla. Ese no es el amor cristiano. Aunque cumpláis la ley, cometéis adulterio porque no amáis. Lo que Dios ha unido, no lo separen los tercos y caprichosos hombres.