Contigo y como tú

Contigo y como tú

Contigo y como tú

Celebramos la Santa Cruz. Ponerse una cruz al cuello es algo común entre nosotros y sencillo, vivir según lo que esa cruz indica ya es harina de otro costal. Implica mucho de entrega, sacrificio hasta dar la propia vida, generosidad y denuedo, aceptar todos los males y sinsabores que vengan con la esperanza bien alta, y nunca reclamar nada de lo hecho por los demás… Un poco duro, ¿verdad? Y sin embargo creemos que no hay existencia más plena y más digna de ser revivida que esta de Cristo. Su vida tuvo siempre forma de cruz. La cruz que formaban sus dos entregas fundamentales: el Padre, Dios, y los hermanos. Un palo vertical, hacia Dios, y otro horizontal, los hermanos. Ojalá viviéramos los cristianos con este sentido de entrega y con este aplomo, lo primero nunca soy yo. Ponerse una cruz al cuello es, cada vez más, decirle a Cristo: «contigo y como tú».
Desde las lecturas de este domingo:

– La cruz nos recuerda que somos pecadores. Igual que el pueblo de Israel por el desierto cuando comienzan a desconfiar de Dios y murmurar de Él y de Moisés. Un pueblo que busca su propia comodidad y que huye del camino fatigoso por los desiertos de la vida, como nosotros ¿verdad? Su propio pecado atrae las serpientes, aunque ellos prefieran pensar que Dios se las envía. Aún esto tiene su significado, el pecado tiene consecuencias dolorosas y venenosas para las que necesitamos el antídoto de Dios, que será una serpiente de bronce y en versión del Nuevo Testamento: la cruz. El pecado de muchos hombres llevó a Cristo a la cruz, y por perdonar el pecado de todos quiso él asumir la cruz, para romper la inercia del mal y la violencia. Asumió la muerte y allí nos devolvió la vida.

– La cruz cristiana es como la flechitas amarillas del Camino de Santiago, nos recuerda el camino auténtico, la humildad. Mientras nosotros vivimos en una cultura con frecuencia frívola y vanidosa, que anhela éxito, buena imagen, riqueza, fama… Cristo vivió la pendiente contraria: hacia abajo. Desde el pesebre donde nació, una triste cuadra de animales, hasta la cruz, donde murió; y todo ello pasando por una vida sencilla con treinta años de anonimato en Nazaret y de trabajo artesano en casa. Una vida entregada a los últimos y marginados de su época, una vida en cruz que nunca rechazó a nadie y a todos supo entregarse. ¡Tocó hasta lo que no se podía tocar! Leprosos, muertos y prostitutas. Ese es el camino que marca la cruz, cercanía a los humildes y a su sufrimiento.

– La cruz es un mensaje de Dios. «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar el mundo, sino para que el mundo se salve por él». La cruz es, después de todo, oferta de sentido; lugar de salvación. Aunque no sea atractiva ni vistosa, allí y desde allí se vive una vida plena. Cargar la propia cruz y ayudar a las cruces ajenas será invitación del evangelio, nos queda como tarea. Ojalá vivamos nuestra cruz y nuestro dolor, como Cristo, ofreciéndolo por amor a los demás, no viviéndolo en modo egoísta ni pretendiendo ir de héroes. Desde mi pequeñez te digo Señor que tomó la cruz contigo y como tú.

Víctor Chacón Huertas, CSsR
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